QUISO SER, Y ES, AGRICULTORA
Manuel Vázquez de la Cruz
Nació y vive en mi barrio, puedo describirla como una niña bonita o una joven hermosa. En ambas edades, según se la mire, la bondad al verla se siente y me atrevo a decir que se contagia.
Su nombre no tiene importancia, es, y eso sí lo tiene, de un barrio donde a las puertas de la ciudad algunos poseían tierras, y las cultivaban, otros sin tierras llevaban sus ovejas a pastar a una especie de comunales: A Ariña y A Serpes. Unos y otros salieron adelante gracias a sentir el campo y hacerse campesinos y pastores.
Aquel barrio obrero en aquellos años difíciles e interminables de los cuarenta y cincuenta buscó vivir de lo que lo rodeaba y lo encontró.
De aquel transcurrir en el tiempo quedó siempre el recuerdo y quizás un sentimiento; y una forma de ver la vida.
Los niños de entonces, pastores de ovejas, mientras las vigilaban aprendieron juegos. Había muchos y ellos los sabían todos, pero además siempre encontraban un sitio para jugar al fútbol.
El campo se delimitaba con cuatro piedras para hacer de poste y el larguero era en forma figurada a “donde llegaba el portero”.
Los equipos eran todos los días distintos. Los dos capitanes - no sé muy bien por qué lo eran -, tiraban una moneda al aire. Después el que acertaba empezaba a elegir sus jugadores. Eran algo así un poco como secretarios técnicos, entrenadores y seleccionadores.
El fútbol es así..., diría un ilustrado.
Árbitros eran todos los que jugaban. Aplicaban muy bien la ley de la ventaja, sobre todo aquella que decía penalti por gol es gol. Lo que significaba que si antes del gol se había hecho penalti al que lo marcaba, valía el gol y no el penalti. “La ley de la ventaja bien aplicada”. Sin TV, ni radio, ni VAR, los chiquillos ya eran expertos en reglamentos, aunque no sabían los nombres de la reglas.
Casi todos aquellos niños tenían más juegos y más vocaciones. Era muy importante entre ellos el cultivar pepinos y otros productos de huerta (si se tenía sitio), criar pájaros, conejos,..., e ir a los nidos de los salvajes, algunas veces a por sus huevos y otras a pajaritos ya emplumados. Todo lo que servía para comer.
También en algunos casos coger gorriones con rateras y quizás algunas veces, durante días, eran las únicas proteínas seguras en algunas casas.
La caza, lo que se cazaba, servía muchas veces para comer o hacer algún dinero.
Los agricultores de siempre enseñaron a los otros parte de su sabiduría y vocación.
Recuerdo que un niño de los pocos que podían estudiar, aprobó con muy buena nota la reválida de cuarto.
¿Qué regalo quieres que te haga?, preguntó el padre.
-Una pareja de conejos españoles de raza gigante.
Ahora a esa edad quizás digan un móvil de marca, de última generación.
Y entonces en algunos lugares, incluso muy cercanos, un juguete.
Pero en nuestro barrio, que era un poco también aldea, el modo de vida y de ver la vida era diferente.
La niña y chica es también licenciada en una carrera muy difícil pero no dejó nunca de sentir como propia la tierra, la observación de las plantas y el lenguaje de su abuela campesina.
Uno a lo largo de su vida tuvo que explicar cosas y dichos agrícolas. Incluso a periodistas como Garabal y Ferreiro (me gusta recordarlos). También en foros o alumnos, y los tuvo buenos como Chelo Davila, Cristina Pavón o Marta Cancedo. Un poco también Mijail y bastantes más.
Escribió en la revista Fertilización e hizo entrevistas, pero jamás se ha sentido tan escuchado como el otro día, cuando la chica de mi barrio, hija de una amiga de mi hermana Marita y mía, una niña y chica buena; y además muy guapa, me preguntó por palabras antiguas del campo, por colores que adquieren las plantas, por la ciencia empírica o aprendida que guardan los agricultores.
Y yo, que amo mi profesión y a mi viejo barrio, cuando traté de explicarle lo que me preguntaba, observé la cara de la niña buena y chica guapa, entusiasmado. Con personas como ella que quieren aprender y sienten la tierra quizás no se pierda nunca el oficio de sabio, con miles de años de aprendizaje, que es ser agricultor.
Su nombre no quiero decirlo pero me gustaría que hubiera muchos y muchas como ella porque son necesarios para que haya equilibrio entre el sector primario y el crecimiento del secundario, o llegará un momento en que ningún niño podrá poner un clavel en un cañón de fusil - que habrá que volver a hacerlo -, y muchos más niños que ahora, y ya son muchos en el mundo, puedan pasar hambre.
Anda por Tui también mi amiga Yoya, la nieta de un gran maestro, pero siguen faltando muchas personas que no quieran que Galicia sea un enorme eucaliptal y piensen la desgracia que supone para un país un monocultivo y esta pirófita que puede causar también un enorme incendio, una inmensa catástrofe y muchos muertos.
En el momento en el que escribo niño-clavel-fusil, en todo mi ser siento dolor por los palestinos. El sistema que guía la miseria de la humanidad no grita contra la masacre y crea desinteresados Quizás algún día los desinteresados sientan mucho dolor. Un amigo mío me dijo que tenían que hacer esfuerzos para no deseárselo.
Los otros, los que manejan el mundo con sus grandes o pequeños sicarios nunca arderán en el dolor ni el hambre.
Sí, tengo que repetir, que la niña-chica es de mi barrio, tiene una carrera muy difícil, un buen trabajo, pero también cultiva maíz, patatas, pepinos,..., y sulfata las viñas que cuidaba su abuela porque a ella le gustaría. Las uvas se las regala a una amiga que hace vino, cuyo marido fue amigo mío.
Hablamos de tres cosas bonitas y me apetece contarlas también. Conversar es vivir y sobre todo porque la niña-chica-mujer agricultora me merece un escrito, que es bueno porque lleva dos cariños: el mío y el de mi hermana Marita.
En mi barrio, que añoramos todos, y ya quedamos pocos que lo hayan vivido, la señora Ruperta les llamaba a las niñas así shafadas, que debería querer decir coma algo de hadas. Recordar a veces es hermoso.
Y en otras sirve para aprender. Hace años que entre otras visitas tuve que atender las de los representantes de una empresa muy importante que se llamaba Carro de veinte mulas. Esa denominación es porque todo empezó en unas minas de bórax en las que se transportaba el producto en un carro con esa cantidad de esos animales tirando hasta llegar a algún lugar.
Confieso que me gustó mucho porque mi seudo apellido - Ferruxo -, también viene del transporte. Vinieron porque hacía muy poco tiempo había aparecido en las remolachas azucareras de Castilla, una plaga que se llamaba mal de corazón. La remolacha ya hecha se pudría por dentro. En la empresa catalana en la que yo trabajaba, hicimos miles de análisis de hojas y conseguimos saber que aquella enfermedad era debida a la falta de boro en el suelo. De obtener cosechas de 60.000 kilos por ha se pasó a prácticamente nada. Aportando al suelo 30 kilos de tetraborato sódico por ha se solucionó el problema.
Los agricultores de hoy lo han añadido a su conocimiento.
Su abuela, la de la niña que yo conocí, le había explicado que una cepa que tenía “nos cachos algúns vagos moi grandes e moitos pequenas, como se o racimo semellara unha galiña e seus pitos é que estaba 'barrenada'”. Así me lo cuenta.
También en 1860 comenzaron “os síntomas da terrible praga da filoxera. Ao bicho gostaballe moito o boro. Seguramente era o primeiro que comía. Despois seguía hasta la destrucción total de la cepa”.
El nombre pertenecía al lenguaje…
Y queda, como queda el de “merar a terra” y la carencia de un elemento que emblanquece las partes verdes de las plantas.
Pero tengo que acabar porque mi lectora Marita y mi lector Benigno, me bronquean tremendamente la largura de mis escritos.
Pero la historia de por qué se “mera” la tierra, pienso contarla, en este medio, si el editor me lo permite, y también el porqué en primaveras lluviosas lo verde de las plantas en sus zonas superiores se vuelve blanco.