27 de ago. de 2024

OPINIÓN

 Dedicado, con mucho más cariño que la calidad del escrito. A mi hermana Marita, aunque no sea suficiente - ni siquiera un poquito -, para pagar las cien mil cosas que le debemos los hermanos. Gracias por todo. Hoy es tu día, mañana también y siempre.    

 Felicidades, Maritiña. 

 A Maite Martínez Ugalde por todos sus escritos, por su poesía, por su valentía y porque es fácil quererla leyendo lo que escribe. Adelante amiga. 


DOS MUJERES SE FUERON COGIDAS DE LA MANO Y CANTANDO 




Manuel Vázquez de la Cruz

 Siempre que escribo de La Mancha o aparece en conversación algo de aquel lugar, me acuerdo de ti, de Mabel y del poema que os encantaba. 

 Lo recito en silencio. 

 Hoy también escucho tu nana y la tatarareo, con mi mal oído, mientras escribo. Desde mi no creencia pienso que si hubiera cielo ella y las dos de las que me han contado hoy su muerte serían angelitos buenos. 

 A Mabel se la escuché cantar. A ti te vi sonreír mientras la escribías y ellas, las dos que tanto os querían y eran como vosotros, recitarla leyéndola en el escrito a lápiz. 

 Y ahora cualquier sitio y hora es bueno para recordarlo. Incluso lo fue en un sendero una lejana noche mientras en el aire brillaba la luna. 

 Y amando a la vida, así nos lo dijimos, cantamos tu canción. 

 Hace meses, ni lo sé con exactitud, las dos amigas se fueron para siempre y sin decir adiós. Llamé a amigos comunes y cada uno o cada una daban una versiones distintas de cómo fue, de cómo sucedió. A todas y todos se lo habían contado. Tengo la impresión que la verdad de lo que pasó no la sabe nadie. 

 Y yo sueño que todo es un sueño y no sucedió. Los sueños son muletillas para encontrar consuelo. 

 Todos coinciden en que después de incinerar sus cuerpos, sus cenizas se habían mezclado y esparcido en un lugar donde la tierra manchega se hace sotobosque. Pienso que en el sendero de la foto, que  es el mismo que aparece en el sueño,  también es en el que una noche se hizo cielo. 

 Me gustó lo que dijo María José, una vieja amiga. No sé cómo sucedió pero sé que caminaban cogidas de las manos y cantaban su vieja canción de aquel camino verde que va a la ermita. Les encantaba. 

 Las escuché muchas veces mientras moldeaban los quesos. Una echaba el cuajo y la otra lo apretaba con las manos como acariciándolo, y lo tapaba. Dos chicas, las hijas de las dos maestras queseras, pegaban, en los ya curados, unos papeles que llevaban dibujado un camino entre trigo verde, margaritas y azucenas. 

 Después del camino verde empezaban "Señor Eterno Dios" y se sonreían. Algunas veces, si no estaban las hijas, decían  que bien nos lo pasábamos con esta canción, que bien se abrazaba con su son y como sentíamos el cuerpo de nuestros novios primero, y después maridos. 

¡Y ellos no te digo! 

 Y reían con fuerza. Maliciosamente y con añoranza. 

 A todos y todas nos gustaba bailar lentamente. En aquellos tiempos incluso para hacerlo un poco arrimados había que buscar un sitio un poco oscuro y nunca había oscuridad suficiente. 

 Y el pensar en los agarrados de la vida y a la vida como algo bonito decían que era pecado. Un rayo los confunda. 

 Vuelvo al principio de la historia que quería contar a aquella escena que protagonizaron las dos en la plaza de su pueblo cuyo nombre no recuerdo. Es fácil quitar el no quiero acordarme porque es muy de La Mancha y es de Cervantes. Es una forma de expresar mi respeto al autor, a don Alonso y, al más mío, Sancho y su burrito fariñeiro. 

 En el pueblo del no recuerdo habían murmurado mucho y con malignidad, sobre la gran amistad entre mis dos amigas y con buenas dosis de malignidad fueron objeto de conversaciones continuas. Y silencio a su paso. 

 Su amistad y su aptitud en la vida era poco parecida a las otras mujeres del lugar y servían de terreno labrado y fertilizado para las peores hierbas. Eran dos mujeres valientes que salían adelante solas, tenían un negocio en el que fabricaban unos magníficos quesos. Eran muy deportistas, todos los días salían a correr, muy independientes..., y eso era lo que más fastidiaba. 

 Aquel día, la mayor, se hartó de habladurías, de silencios misteriosos y habló ella muy alto en el recinto, que estaba abarrotado, porque había una charla sobre la importancia que había tenido en el catolicismo militante la predicación del padre Peitón de rezar el rosario en familia. 

 Lo organizaba el cura y dos terratenientes, perdón un terrateniente y el marido de una terrateniente que se había salido de la Guardia Civil para casarse con ella. Y eso que solo era un número, decía Pedro, el capataz, con cierto cabreo y quizás un poco envidioso. Él también era un hombre guapo y sabía de campo y el otro solo de armas, de reglamentos y era tan prepotente que parecía que en lugar de ser un ex número parecía un general. 

 Si hubieras rezado el rosario en familia igual se hubiera fijado en ti, le había dicho un amigo la víspera, y él lo miró muy mal, hasta tal punto que el otro pidió perdón rápidamente. Pedro tiene mucho genio y es un cacho de hombre que si te da una hostia puede romperte el cuerpo. La boda de su jefa con el guardia civil no le sentó nada bien, contó después. 

 Con los años, pocos, el señor aquel del uniforme, resultó un maltratador y ella se separó. Pedro aún lo odió más y a las claras. 

 Yo creo, me dijo un amigo, que estaba muy  enamorado de ella, que ya era viuda, pero no se había atrevido a decírselo y después, cuando la boda con el civil, se había cabreado mucho consigo mismo. Pero como aparezca el individuo por el cortijo... 

 Aquel día ellas, mis amigas, caminaban hacia el centro desde su quesería que quedaba en las afueras. Bastante antes de llegar habían escuchado las voces de los vecinos en la plaza. Joder, como gritan en nuestro pueblo, dijo una y rieron las dos. 

 No sabían nada del homenaje al padre Peitón, aquel clérigo, otro cacho de hombre, que en olor de santidad se paseaba por España y más naciones predicando el rosario en familia. En aquel momento, en muchos pueblos de la Unidad de Destino en lo Universal, nombre pomposo y ridículo con el que se definía a España en los bachilleratos y en las escuelas de primaria, se pasaba mucha hambre en familia. Y el del olor de santidad les recomendaba el rosario para todos. 

 Recuerdo que en mi viejo barrio una persona dijo que ya podía rezar él solo y dejarle a él la cena que iba a tener con el obispo porque al fin y el cabo al cura se le veía moi ben mantido. 

 A mi padre le hizo mucha gracia lo de aquel cura bien comido y sin familia, que predicara el rosario en lo que él no tenía: familia. 

 Pero debió acordarse de algún conocido de él que añadió: ao mellor ten familia numerosa

 Al entrar mis dos amigas en la plaza se apagaron las voces, pero no del todo. Quedó el leve murmullo que las solía acompañar cuando llegaban a sitios con gente. Cesaron los gritos para dar paso a la malignidad soterrada y el murmullo infame y cotidiano. 

La más joven y más baja vio asombrada que la amiga se subía a un banco después de pedirle a unos hombres que se levantaran y le dejaran el sitio, cosa que estos hicieron sin rechistar. Seguramente porque su cara era de mucha ira y no era mujer de andar con coñas, por lo que además de hacer los que les pidió, respetuosamente musitaron un no faltaría más que a lo mejor era la primera vez que empleaban en su vida con una mujer.

Y de pie sobre el banco, a la vista de todos, gritó: --¡Sí somos eso!, por encima del murmullo, que cesó de inmediato.

Y entonces en la plaza hubo un enorme silencio.

¡Hablar, coño, hablar!

Siguió el silencio. Se sentía el silencio como algo anormal en aquel lugar.

- Además de idiotas sois cobardes, y ellas, vuestras mujeres, pobrecitas son como vosotros, las queréis a vuestra imagen y semejanza y así las tenéis. Dijo un poco más bajo pero se escuchó en toda la plaza.

Se sintió aun más el silencio y apareció en muchas caras el miedo. Miedo a lo que podría decir aquella señora muy alta, enjuta y seria, colérica y de pie encima del banco. Y ella infundía pavor a cada uno o una de los que allí estaban.

- Como suelte todo lo que sabe de cuando va a recoger la leche de las ovejas, con lo bien que habla y lo lista que es. Dijo una muy bajito, pero era lo que pensaban todos.

Y quienes allí estaban tuvieron pánico. En los pueblos todos tienen cosas ocultas. Se tapan unos a otros. Es de buenos vecinos, dicen, pero la amistad o más, entre hombres y hombres, o mujeres y mujeres, aunque no haya ese más (que siempre puede inventarse) se critica con regodeo y es muy cruel. Incluso en los hechos. Seguramente también en los barrios de las ciudades porque desgraciadamente en todos los sitios hay ruines y ridículos, dos cosas distintas juntas en una sola persona. No es que sumen para hacer mas en la maldad, no, se multiplican. A eso en algunos productos agrícolas y de medicina se le llama sinergismo. Hay personas que con esos dos atributos son productos para hacer crecer las malas lenguas y maldades. No ser igual, ser diferente, puede ser en muchos pueblos y ciudades terrible.

Y por qué. Porque algunos además de heterosexuales son imbéciles y malas personas.

Todas y todos pensaron qué sabría mucho de ellos y ellas, y tenían razón. Pero no conocían que mi amiga jamás entraría en ese tipo de historias. Era rebelde e íntegra, sobre todo íntegra, y eso la imposibilitaría para parecerse mínimamente a ellos o ellas.

Uno de los mas cercanos, de baja estatura, calvo, aparentando mucho miedo, empezó a retroceder, dando la impresión que quería escapar o esconderse donde fuera. Tenía una cicatriz en la cara. Había llegado a aquel sitio hacía poco tiempo y siempre andaba muy solo. Nadie lo había visto sonreír. Su historia y su llegada al pueblo eran un misterio. Iba a misa todos los días y comulgaba siempre. Él y el cura se saludaban cortésmente pero sólo con un gesto apenas perceptible.

Ella lo llamó por su antigua profesión y siguió:

- Tú, dí la verdad de una vez. Deja ya la mentira de que esa herida te la hizo una hélice de un avión. Dile que te marcó una mujer por infame, por espiar a gente buena que pensaba diferente, detenerla, torturarla con saña y complejo, sabe Dios de qué. Érais lo peor de aquella puta época. Y tú el peor entre los peores.

¿Te acuerdas? Claro que acuerdas y por eso huyes ahora. Salías de cenar de un restaurante, en la calle de la Merced, y una chica se te acercó. No la conociste porque con tus torturas, el pelo negro se le puso muy blanco en poco tiempo. Pero escuchaste como te llamaba gallego de mierda y echaste mano al bolsillo del gabán a la búsqueda de tu pistola. Palideciste. No estaba en el bolsillo, alguien en el restaurante te la había quitado. Ibas a escapar pero una voz de hombre a tu espalda dijo: siga como si nada hasta la esquina donde se reúne con su confidente.

Y ya en la esquina, tú puta esquina, siguió.

Ella es solo una mujer y solo tiene una navaja. No huya, coño, usted que fue tan valiente denunciándola a ella por propaganda ilegal, después de torturarla e inventar falsedades. Ella por tu culpa tuvo que pasar cuatro años en la cárcel y su hija los mismos en un orfanato muy de vuestra miserable hechura. Su marido tuvo que huir a Francia porque ibas a por él y presumías de que lo pillarías y le rajarías la cara. Con estas palabras se lo dijiste a otro detenido y a tus compañeros. El marido de tu víctima volvió con ella años después y fueron muy felices juntos en el extranjero y aquí. La felicidad que nunca has tenido ni tendrás tú. Te acuerdas que aquella noche, en aquel rincón de las Atarazanas, dijiste que tú no peleabas con mujeres aunque tuvieran navajas. Parecías valiente pero el que estaba detrás de ti te dijo que entonces pelearías con él sólo a golpes pero hasta la muerte y añadió que ella sólo te marcaría la cara porque se lo había prometido a su esposo, su hombre, decía ella, aunque él nunca se lo había pedido.

También te dijo que supieras que la niña ya estaba en Francia y a la madre no las ibas a buscar porque tendrías miedo a que sepan tus compañeros que una mujer te marcó la cara.

Si intentas escapar te matará tu pistola. Menuda coña van a tener tus compañeros. A ti el más duro de la brigada, te habían matado con tu arma. Ni dentro de la maldad que hay de tu organización eres bien querido. No te muevas y ella te marcará la cara. Si quieres te anestesiamos un poco antes. No como haces tú y lo tuyos, sino con cuidado.

¿Te acuerdas? En ese momento en aquel rincón solitario de las Atarazanas sentimos un olor a meo. Te estabas meando por tus pantalones planchaditos, de Corte Inglés. Ella, que buena era, entonces les dijo bajito que ya llegaba, que te dejáramos marchar que, aunque malo, eras un ser humano, pero el hombre de atrás por el que yo no sentía la mínima simpatía dijo que si hacía eso él te mataría.

Que eras la más mala bestia de todos, aunque todos eran muy parecidos. Pero si no lo marcábamos, todos estaríamos en peligro y él, el que más. Pensé entonces que era tu enemigo pero también tu compañero y por eso llevaba en la boca un aparato para distorsionar la voz. Ya ves a lo mejor hasta en vuestro cuerpo de la policía política del régimen tenías enemigos o había infiltrados. Ella te dijo entonces, casi te lo suplicó, que cerraras los ojos. Lo hiciste. Le pidió al de atrás que te sujetara los brazos; al suelo llegó más meo (con lo bien que lo pasabas cuando eso le sucedía a tus víctimas, allí... ) y ella marcó tu cara muy rápidamente con una navaja barbera tratando de no hacerte el mínimo daño pero el de atrás se dio cuenta y apretó su mano contra tu cara. Y así sigues. Marcado por mala bestia y por una navaja barbera no por una hélice de una avioneta.

Aquella misma noche mi amiga pasó a Francia. Se fue y tardó muchos años en volver. E, idiota, no te has dado cuenta pero está siempre. Era mi amiga. Según me dijeron estabas a por las mujeres de ojos negros y pelo muy largo. A todas, hijo de puta, le dabas miedo. Te despachaban a ti como un tendero vende y cobra un paquete de alpiste para un canario solitario y que no canta. Eso eras tú para aquella gente.

Tus compañeros nunca creyeron lo de la hélice. Pensaron que había sido una de las putas a las que follabas de balde, menospreciabas y te quedabas con el dinero que te daba Gobernación para comprarles información. Se vendían por tus amenazas y miedo pero te odiaban, si no fueras policía, ni por dinero lo harían contigo.

Fingían, idiota, contigo más que con ningún otro. No por consideración sino por miedo.

Érais peor que los también policías patrióticas de ahora. Teníais dinero para comprar servicios de prostitutas que muchas veces lo eran por culpa del régimen cruel que padecía España "por la gracia de Dios."

Ellos mismos, tus compañeros, se reían de tí en sus conversaciones profesionales.

Le llamaban profesión a ejercer el terror y la tortura. Necesitaban ser muy profesionales para tirar a gente por las ventanas después de ensañarse con ellos. Sucedió y quizás tu estabas por allí aquellos días y no sólo sucedió sólo una vez. ¿Te acuerdas de Julián Grimau y Ruano? Desgraciadamente nadie quiere recordarlo pero tú...

Por cierto, diste un enorme grito de dolor y una de las prostitutas de la zona se acercó y preguntó qué pasaba.

- Nada, - dijo la que había robado la pistola y ayudado en todo -, uno que es la primera vez que se corre como Dios manda.

La otra te miró y dijo:

- Pues hazlo correr por todo el barrio, así como está ahora, y no le queda un hueso en su sitio.

- Calladita, coño.

- Yo no sé nada y mañana me marcho a otro sitio. Lejos. Y además no tengo nombre. Solo vine hoy a vigilar. A él sí lo conozco.

La chica alta seguía hablando. La gente de la plaza lo miraba. Él cabizbajo caminó muy despacio hasta la iglesia. Abrió la puerta y entró. Y no se volvió a ver en el pueblo jamás.

Tampoco nadie lo echó de menos. Y, es curioso, nadie habla de él nunca de una forma manifiesta. Al final el social parece que se hizo de la secreta. Y un secreto conjunto de todo un pueblo, de ricos y pobres, de buenos y malos.

Fue entonces cuando la otra amiga dijo que eran unos y unas idiotas en las murmuraciones. Que entre las dos solo había amistad, y que la amistad también marca.

Pero, por si acaso, o por avergonzarlos más, añadió que a lo mejor cualquier día entrarían en un mundo distinto y que se lo contarían si querían incluso en aquel sitio a la puerta de la iglesia y con todo detalle.

En una esquina de la plaza sonaron risas y después aplausos. Tímidos al principio, pero después, quizás unos por otros, muy fuertes y persistentes.

- Con tu discurso cambiaste la mentalidad de todo el pueblo - dijo la pequeña de pelo blanco con una sonrisa burlona -, pero no se lo creas mucho. Solo será un tiempo. Volverá al chisme del odio.

Las dos hijas de las dos mujeres se sentían enormemente felices. Estaban cansadas de la patraña, aunque no les importaría nada que fuera cierto, pero molestaba más el chisme que la realidad posible.

Hace meses un camión o un tractor, quizás sin querer, y sin darse ni darse cuenta, las atropelló en un camino de La Mancha, que yo quiero creer que es el que ilustra este escrito.

Iban cogidas de la mano. Una era hermana de la marcadora. La otra había oído contar aquello miles de veces.

En el pueblo dicen que el marcado escapaba siempre de la pequeña de pelo blanco y de todas las que tenían melena larga y negra.

La mayor dice que su vocación de policía malo le hacía oler hasta los genes y por eso temía a su amiga.

En La Mancha, dentro del paisaje que a veces parece que no abarca la vista, existen miles de singularidades y cientos de historias peculiares como que en El Bonillo, un pueblo pequeño, esté uno de los restaurantes mejores de España por calidad culinaria y servicio - Fonda Santiago -. El nombre le viene de lejos, la comida y los vinos son excepcionales. Allí comen reyes, como Juan Carlos I y plebeyos como un servidor.

Es también, si lo sabía Cervantes, tierra de historias y de realismo mágico, antes que Gabo nos deslumbrara. O realismo sólo.

También de oír y escuchar un buen consejo. Es una comarca enorme y preciosa. De luces y sombras. De historias reales y soñadas. De páramos y bosques. De cultivos de azafrán y trigo. De buenos vinos tempranillo que allí le llaman cencivera y aquí, en Galicia, arauxo...

Todos coinciden en que murieron juntas a la misma hora, el mismo día y en el sitio que deseaban.

Yendo en coche hacia ese sitio me murieron en un accidentes cuatro amigos: Constantino, diputado del PP; don Domingo, canónigo penitenciario de la diócesis de Cuenca; el presidente de la patronal de una zona; y Casildo Carrascosa Miguel, militante comunista desde los 16 años y hasta su muerte cerca de los ochenta. Eran políticamente muy distintos pero eran amigos. Eran, pues, un ejemplo.

Me da la gana de creer y creo, que todos y todas caminan mirando hacia la luna de la foto, donde dos amigas y un amigo, estuvimos hablando una noche manchega, sin frío ni calor. Sin miedo, debajo de miles o millones de estrellas y diciéndonos entre nosotros qué hermosa era la noche y que así debía ser el cielo.

Quizás si no existiera La Mancha, Cervantes no hubiera escrito el Quijote. Y seguro que solo en aquel lugar, aquella noche, los tres imaginamos como debería ser algo en lo que no creíamos. Después pensamos que ya había habido mas en nuestras vidas, pero aquella de La Mancha era muy especial. Dos luchadoras y un hombre que las quería mucho estuvieron una noche en el cielo manchego, adornado con millones de estrellas, como muchos otros días, en la soledad acariciadora de la estepa. Y con muchas historias que contarse, que fueron saliendo hasta que el sol los dejó sin estrellas pero aún tuvieron luna. Hicieron la foto y regresaron a la quesería.

Pero antes de irse, dijo solemne la mayor:

- Así debe ser el cielo...

Fue en aquel lugar y aquella noche, donde pensaron que el torturador de la Social se había hecho buena persona y había cambiado el odio por el amor. Y que de su cara había desaparecido para siempre la cicatriz.

Puede que no haya cielo nunca más, pero aquella noche sí lo hubo y tres pecadores muy ateos estuvieron juntos en el paraíso, que es el cielo en la tierra.

Si las dos amigas, al final casi de sus días, decidieron, cosa que dudo, dar un paso en otro sentido sexual a su vida, digan los que digan algunos, en la gran meseta y en el resto del mundo, a mi me parecería muy bien. Y si siguieron, igual también.

Eran y son, dos mujeres libres que recorren viejos caminos cogidas de la mano y cantando.

Son ellas, una baja, con pelo negro muy largo, y otra muy alta, muy guapa. Son muy amigas mías y, porque yo lo sueño, siguen vivas.

Las acompaña Mabel, que tampoco morirá nunca. Algún día nos encontraremos en una senda y recuperaremos el tiempo que nos faltó aquella noche para contárnoslo todo. Así sea, diría el padre Peitón.

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