8 de abr. de 2023

OPINIÓN

IDAIRA, LA NIÑA FUTBOLISTA, EL VIEJO, LA ILUSIÓN Y EL SUEÑO




Manuel Vázquez de la Cruz

 El viejo y el mar, de Ernest Hemingway quizás debiera titularse el hombre mayor y el niño. Así lo pensaba un anciano en una comida de aldea que le recordaba a las de su niñez, sin pretenderlo ni buscarlo, porque el pasado llega sin pedir permiso ni llamar a la puerta, pero metiéndose literalmente en el presente.

 Allí estaban los abuelos, las tías en un constante sentarse y levantarse en el trajín de atender a los comensales. Marcelina, excepcional cocinera y gran persona, preocupada porque aquel niño moreno de ojos muy grandes, parecía triste. Y dijo muy bajito: “Come neniño come, que todo o teu mal é fame”.

 Todo sucedía debajo de una parra que recorría en enormes brazos una vieja cepa de variedad “Pazan”, casta tinta del País, dando sombra a muchas mesas con comensales felices. En los sarmientos que cubrían mucho espacio empezaban a enverar los racimos de uvas que colgaban, y todos los años alguien sentenciaba con el refrán de la fecha: “Por Santiago pinta o vago”.

 Todos los veinticinco de julio en muchas casas de aquella aldea se repetía el festín y se estrenaba ropa. Doña Nemesia, la maestra, decía que era muy bonita la festividad y que al menos una vez al año muchas mozas, con mucho sacrificio, tuvieran vestidos de estrena.

 Diferencias de aquel almuerzo con el que asistía ahora es que antes había muchos más niños y niñas, ahora solo una niña; las mujeres de entonces se levantaban constantemente para servir a los comensales y ahora también lo hacen los hombres (aunque se les nota que sí pueden tratan de escaquearse); el vino llega embotellado, con etiqueta y es bueno, pero el viejo echa de menos las jarras y el chorreo del tinto que si tenía “Pedral”, casta gallega casi perdida y excepcional, “fervia nas tazas”. Era bonito ver como tintaba el blanco donde se vertía y el rosario que hacían las “cuentas” alrededor del recipiente. El vino es mejor ahora, pensó, pero la escena ha perdido mucho a pesar de la etiqueta, aunque sigue, menos mal, el ambiente aldeano y hasta un poco tribal. El “xantar” es una alegría y una fiesta. Un amigo mío, sacerdote católico, decía que el cielo era como un enorme banquete y festín lleno de “ledicia”. Confieso que me encantó aquella definición y aprendí que la eternidad también puede ser muy hermosa si es así. Si se come, se bebe y se sigue queriendo mientras el banquete dura. Al menos se viven momentos inolvidables.

 La vida debería ser siempre también la alegría de un festín con toda la humanidad sentada en la mesa y sin que ningún niño pasara hambre. Con el presidente de Rusia, de Ucrania y de todos amigos de la guerra sentados en una esquina y comiendo desde el mismo plato.

 La niña y el señor mayor - eufemismo de viejo -, se caen bien. Ríen mucho entre ellos como si se conocieran de toda la vida: larga en el hombre y pequeñita en la chiquilla. Los otros están aún muy influenciados por la seriedad y el saber estar de sus edades. Quizás la niña aún no llegó del todo a esa corrección y el viejo ya la sobrepasó. “Yo debería reivindicar, aquí también, la incorrección”. No lo hizo. Aún no era lo suficiente mayor.

 La niña era una sonrisa. El viejo pensó que así debería ser el futuro. El de ella, claro, y rió pensando que él ya estaba cerca del final del futuro. Una palabra rara de un nombre moderno, de esos que ahora se llevan tanto, la chiquilla lo convirtió en grito y uno y otro lo repitieron varias veces. Cada vez más fuertes. El viejo se sintió chiquillo y la niña ejerció de niña. Parecían dos adolescentes pero eran sólo un viejo y una niña con una sonrisa que podía ser un mar. Después ella debió tener una mirada reprobatoria de parte de algún comensal y calló. El hombre mayor tuvo vergüenza de continuar solo. Lo contó después con pena y con un “parece mentira pero no se pierden los miedos ni con los años”.

 Pero el mundo no se detiene y a veces aparecen los recuerdos más cercanos en cualquier “aparello” de esos que trae la modernidad. 

 Al hombre mayor le encanta el fútbol femenino. “Es más bonito, más técnico, más fútbol, menos estridente, más espectáculo y mucho menos comediante. Es otra cosa”, pontifica. “Las jugadoras no se tiran haciendo enormes gestos de dolor a veces por algo que podía ser una caricia. Quizás el fútbol femenino aún no convirtió el deporte-espectáculo en negocio”.

 No sabe ni cómo, tampoco está para la demasiada tecnología moderna, ve ese gol con que se abre el escrito. Ni cómo ha aparecido en su móvil. Tampoco le importa. “Mira que si los viejos nos ponemos como adolescentes a darle que darle al ‘aparello’”. Y ríe solo pícaramente.

 Pero sí le gusta, y mucho, ese toque finísimo con el pie, esa salida de balón y esa curva que hace la pelota desde tan lejos antes de entrar en la portería rival.

 Si lo hace Gabriel Pereira, el futbolista de impresión, compatriota porriñés, “no habló de otra cosa en días”, piensa y vuelve a ver la escena. Y de repente suelta un taco, el más común de los tacos, y exclama en soledad: “¡Coño, es la niña que gritó conmigo en la fiesta familiar la que maneja el balón con esa forma del pie y hace salir la pelota como uno obús que entra por el ángulo de la portería contraria!

 Ya decía yo que aquella niña tiene madera de algo bueno”, y sonríe complacido. Desde entonces, presumido es un rato largo, no para de contarlo: “Tengo una amiga, que podía ser mi tataranieta, futbolista de excepción, maneja los dos píes, los empeines, las punteras y ‘hace unas roscas’”, explica mientras hincha el pecho.

 Entonces recuerda a la abuela Angustias y la forma de su sonrisa. ¡Qué buena era mi abuela!¡Qué mirada más tierna tenía!

 Los chiquillos con los móviles están perdiendo las sonrisas, las historias y los consejos de los abuelos.

 “Mañana iré a poner flores a la tumba de mi abuela”.

 Pocos días después la niña escribió en su teléfono la historia de su afición. 

 Y. . .  ¿a quién se lo podía contar más apropiado que al hombre muy mayor que gritó con ella en una comida como si fuese un estadio de fútbol y todos los espectadores cantaran gol?

 Se enteró del teléfono del viejo y se lo mandó y éste al que escribe, “para que que lo copies y pegues, como se dice y hace ahora”. ¡Toma ya!

 Idaira Martínez López, niña futbolista, escribe:

 “Eu empecei a xogar ao fútbol aos sete anos. Entrei nun equipo masculino. Daquela feminino case non había. Cumplín un soño porque era unha ilusión e as ilusións soños son. E o fútbol para min era e é, unha pasión. Podíame e pódeme. Só penso niso. Demasiado, din meus pais.

 Cando comecei a adestrar deime conta do difícil que é xogar cos pés. Custoume moito, pero pouco a pouco fun comprendendo a darlle de punteira, de empeine e a facelo con rosca. . . 

 E inda me gustou máis. 

 Hai tres anos chamáronme para xogar coa selección galega. Apareceu o covid e parou todo. Pero non perdo a ilusión. A ver se co tempo tamén se cumple ese soño.

 Eu, por si acaso, cando estaba confinada, practicaba, adestraba,.... Non parei entón nen vou parar nunca.

 Despois dun ano voltamos aos adestramentos, que é o noso. Eu, ao mellor non está ben dicilo, en cada partido marco un ou dous goles. O adestramento na horta viume moi ben. Aos tomates de meu pai non tanto.

 Xogo en varias posicións pero as que máis me gustan son as de extremo dereito ou media punta.

 Xogo no Tomiño F.C.. Síntome moi a gusto co meu equipo porque non temos malos rollos nen nada malo. Somos como unha familia e apoiámonos unhas ás outras.

 É bonito e a amizade durará para sempre”.

 Al hombre mayor le encantó la carta. A mi también, pero tengo en mi cabeza una aldea de Portugal de la que un día salió mi abuelo. Vilar de Mouros, se llama. Mi otro abuelo salió de Ribadelouro. Quizás por eso mi patria es la raya. Soy “arraiano”

 Y al leer la carta pensé, y me ilusionó la niña en su ilusión y también soñé. 

 Nunca quizás hubo nada parecido pero qué hermoso sería que ambas orillas de nuestro valle tuvieran en común un equipo de fútbol femenino que además se llamara “Raiana”, como aquellas señoras que cargaban con grandes pesos para ir de un lado a otro de la puñetera frontera.

 Y sufrían vejaciones múltiples y diversas de algunas autoridades también ídem.

 Habría entonces un equipo de fútbol con el nombre basado en una profesión perdida. Y único, compuesto por mujeres de dos estados. O dos naciones iguales que una raya imaginaria separa.

 Además sería un reconocimiento a unas señoras y muchas chica jóvenes que trajeron comida del otro lado de la raya, solo, repito solo, imaginaria, porque los de aquí y los de allí tenemos muchas cosas palpables de fraternidad por encima de estados e historias de reyes dominadores, de súbditos dominados y de unidades de reinos que se hicieron en camas.

 De “arraianos” que vienen a trabajar y van atravesando “A raia a trabajar, seguiré escribiendo.

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