26 de dec. de 2022

OPINIÓN

AMA TU VERSO, AMA SABIAMENTE TU VIDA

Ama tu verso, y ama sabiamente tu vida,

la estrofa que más vive, siempre es la más vívida.

Un mal verso supera la más perfecta prosa,

aunque en prosa y en verso digas la misma cosa.

Así como el exceso de virtud hace el vicio,

el exceso de arte llega a ser artificio.

Escribe de tal modo que te entienda la gente,

igual si es ignorante que si es indiferente.

Cumple la ley suprema de desdeñarlas todas,

sobre el cuerpo desnudo no envejecen las modas.

Y sobre todo, en arte y vida, sé diverso,

pues solo así tu mente revivirá en tu verso.


José Ángel Buesa


VOLVER AL VIEJO CAMINO, PASAR EL PUENTE, LLEGAR…




Manuel Vázquez de la Cruz

 Una vez más el hombre mayor de enorme sonrisa rompió el silencio. Volvió a la historia y por primera vez pensé que quería contar algo muy oculto y que estaba deseando sacarlo de dentro y compartirlo. Yo circunstancialmente había sido la elegida porque me encontró en un hermoso puente del verdadero Camino Portugués a Santiago.

 Manu, amiga de la Noche de San Juan, tenemos que seguir quizás aún después de la Aurora. Hace un rato escuché a un mirlo cantando a la alegría del amanecer. De todas las formas si tienes que hacer un alto en el camino puede servir para vivir y para ver las mañanas que son hermosas en los bosques y en los campos. Saludaremos a la Aurora en silencio, la sentiremos y tendremos siempre algo que añorar. Es muy bonito recordar los amaneceres y el sol suave de la mañana sobre todo antes, cuando a esas horas se escuchaban el “cantar” de los carros. Y en julio sonaban a primera hora los cantares de la “seitura” y más tarde aquellos “alalás” que levantaban el ánimo a los segadores para seguir y seguir, porque el canto y el trabajo del campo caminaban juntos.

 Maru, casi todos los hombres y mujeres del mundo nos hemos ganado el vivir sudando a mares pero cantando.

 Cuando arribaron al puerto María comenzó a llorar y miró de reojo a Cheliño pensando que le iba a llamar la atención con la mirada pero también lloraba y con lagrimones enormes.

 La ciudad se erguía por la montaña. Desde lejos y desde el mar parecía que las casas estaban en la colina como si fueran nacidas de la tierra. Al acercarse ya se distinguía que eran obras del hombre. Un poco más adelante se veía ropa tendida en los balcones. Pero a ellas les pudo la emoción sobre todo cuando vieron a unos niños jugando. Era lo más suyo porque volvieron a ser niñas y volvieron a pensar en ser madres. Como se lo contaban la una a la otra en Mucuchíes.

 El sol, alumbraba un “nadiña”, pero suficiente para que las nubes crearan sombras. Y entre sombras y claros se veían las casas más o menos oscuras y todo era muy bonito pero ellas solo tenían ojos para los chiquillos. Cuando pararon los motores del barco percibieron sus gritos y conocieron sus juegos: ¿hay luz?, decían unos; y claridad, contestaban los otros. Como cuando eran niñas, como un poco antes del partir. ¡Qué lejos quedaba Pico de Águila, Mucuchíes, Mérida…!¡y que cerca estarían siempre en sus vidas!

 Se miraron y se lo dijeron la una a la otra. Hay luz, dijo María; y claridad contestó Cheliño. Fue entonces cuando entre lágrimas salieron en tropel las risas. Después de muchos años creían ver luz y claridad en el destino de sus vidas.

 Como el poema de José Ángel Buesa las vivirían en verso. Sería más bonito. Pensar así era muy de Cheliño.

 Y riendo María le dijo a su su amiga que sus lágrimas eran muy gordas. "Claro - contestó -, no son lágrimas normales porque llevan mucho tiempo ‘enganchadas’ en mi alma. Cuando salimos soñaba que volvería. Me parecía muy difícil pero se cumplió mi sueño y estoy aquí, lloro, y por dentro andan alborozados los sentimientos más hermosos. Esos niños son mis niños, esos árboles son mis árboles, esas nubes también son mías…mi sueño, casi el único, de días y noches de más de diez años está a mi alrededor y estoy despierta. ¿Cómo no van a ser enormes mis lágrimas después de diez años sin poder tener la debilidad de llorar? Nunca olvidaré este momento, María, María de mi vida, todo parece igual, y a lo mejor hasta lo es, que allá pero éste es nuestro aquí.

 Mientras ellas reían y lloraban otros viajeros tomaban fotos y con prismáticos enfocaban lugares turísticos. A eso venían pero las dos amigas volvían a su tierra. Una ya estaba en los paisajes de la adolescencia, los que marcan las vidas de hombres y mujeres, y otra a la puerta que se iría en un autobús todo pintado de blanco. Le llamaban el Pájaro Blanco.

 Maru, qué bonito es volver, Cheliño miles de veces repitió la narración de aquel momento, una por una todas y cada una de las palabras con las que le expresó su emoción a María.

 Muchos años después, en su último aliento, le dijo a su hija: Nunca olvidé mi llegada, ni cuando naciste tú y te vi, pensé que haber vivido y vivir, a pesar de los muchos miedos, fue precioso. Dile a tu padre que mi llegada de América, su llegada y la tuya fueron las tres dichas más grandes de mi vida. Me las llevo conmigo.

 Dile también que gracias, que cuando me voy para no volver, lo recuerdo con el amor que le tengo desde que éramos niños e íbamos a la escuela con la pizarra enmarcada y que, como él sabe muy bien y solo él, nada rompió ni pudo con el cariño que en mi se convirtió en amor. En él solo amistad, cariño y lealtad.

 Maru, la hija me lo contó todo y me dio una explicación, del momento de lucidez que tenían muchas personas enfermas poco antes de morir. El porqué de eso que llaman la mejoría de la muerte. Me dijo que Cheliño sabía lo que le iba a pasar y lo deseaba. Me explicó algo de qué, de no sé, de dónde se producía amoníaco o algo así que ayudaba un momento antes del trance y hacia que el enfermo tuviera una pequeña lucidez. Seguramente primero lo leyó en el Diccionario de la Lengua Hispano Americano. Después me lo preguntó a mí y me hizo prometer que cuando se lo notara le avisara porque quería decir algo antes de expirar. “Me lo dijo como si nada, cuando llevábamos María y yo días ocultándole la gravedad de su enfermedad sin saber que ella ya lo sabía. Tenía preparado todo lo que me dijo, lo soltó de un tirón y con un tono pleno de sencillez. Yo lo escuché con pena pero a mis lágrimas y a mi tristeza la reconfortaban las palabras que tan dulcemente y sin ningún temor a nada decía. Supe, una vez más, que tenía que estar muy orgullosa de tener una madre así”.

 Hasta su ultimo suspiro fue valiente, vital y generosa. Clara, meridianamente clara, lo fue cuando yo era muy joven, casi una niña, y me dijo el nombre de mi padre. Me habló de él, de lo bueno que era y como fue ella la que quiso ser madre.

 “Manolo, cuando me lo contó el hombre de hermosa sonrisa me salió del alma decir con un grito:

 -¿Quién era el padre?

 -Mi querida médium muchas veces es bueno esperar”.

 “Me miró, se sonrió y acarició mi cabello. Y, Manolo, sé que no me lo vas a creer pero me pareció que cantaba un ruiseñor y se lo dije”. Sí, siempre canta a esta hora pero hoy parece que más alto. Debe saber que estamos contentos y quiere acompañar con música la caricia que mis dedos trazan entre tus cabellos. Los pajaritos del Señor, que decía Don Manuel, sí que lo ven todo. Y no condenan a nadie al fuego eterno, añadía el buen cura.

 Y yo por primera vez en la larga noche recosté mi cabeza en su hombro y me sentí feliz del momento, del ruiseñor, del murmullo casi imperceptible del agua y de las caricias en mi cabello del hombre de largas melenas y hermosa sonrisa.

 Fue poco tiempo. Él tenía prisa por contar. Ahora, muchos años después, pienso que desgraciadamente e incluso que debí hacer algo para que tuviera calma y no rompiera la caricia”.

 A la bajada del barco ya todo fue barullo administrativo. Aduanas, equipajes, ojeada a los libros, papelito a firmar por aquí y otro casi igual por allá.

 Policía, pasaportes, interrogatorio y cientos de preguntas ridículas mientras los del telescopio o catalejo pasaban corriendo. Eran turistas. Ellas eran solo emigrantes y quizás rojas, pensaban los policías.

 Fue entonces cuando apareció don Manuel con sotana y alzacuellos, contra su costumbre todo impecable, y habló con los agentes de la autoridad.  Mil perdones, por favor, cómo íbamos a saber nosotros que ustedes eran catequistas en Venezuela. Cheliño tenía tan mala hostia (copio su palabra literalmente) que faltó poco para que le dijera:’nosotros tampoco’.

 Al fin bajaron a tierra. María pensó que le gustaría dar un beso al suelo. Tuvo miedo a Cheliño y se lo preguntó:

 -No seas comedianta o llevas una patada en el culo y los policías sabrán que nuestro abad les mintió.

 Después, muchas veces, yo viendo esa hipocresía en hombres vestidos de blanco, que después reñían a otros hombres por ser amigos de las personas con grandes necesidades, que también estaban cerca, pensé en “qué si yo estuviera detrás…”

 María se quedó con su familia. Cheliño se subió al Pájaro Blanco y desde el estribo le preguntó a qué jugaban los niños, María le contestó que a la “Galopada”. La amiga le dijo que las dos si querían aquello que tanto deseaban tendrían que hacer alguna galopada. María se puso muy colorada.

 El Pájaro Blanco “voló” por la carretera descarnada pasando el alto de un monte, después otro monte y al fin llegó a su parada. Cheliño recorrió a pie el camino que llevaba a su casa, varios kilómetros, entre recuerdos constantes. Abrió la puerta y todo estaba limpio e igual. En la estantería seguían sus libros. Solo faltaba el de Lorca. Los falangistas se lo habían llevado para quemar.

 Supo siempre quién había cuidado su casa pero nunca lo dijo.

 Poco después todo volvió a empezar. Trabajo, ordeñar vacas, hacer quesos, criar gallinas y vender huevos, cultivar los campos, hacer rosquillas que vendía a una rosquillera que a su vez las vendía en fiestas, ferias y mercados.

 Empuje lo tenía todo.

 De vez en cuando llegaba María y le contaba cosas de los cabarets que me parece que se llamaban Casablanca y Fontoira.

 Y le contaba las últimas novedades en canciones. En una ocasión le comentó que estaba teniendo mucho éxito una que más o menos se presentaba de este modo y era así:

 Salían las chicas con falda un poco más larga que las minifaldas, menos minifaldas de ahora, y bailaban casi normalmente mientras cantaban: ay que da, que me da, que me da, que me da…muchos bis, tris y la tira de ¡ay que me da…!

 Al final llegaba la gran pornografía y decían con la boca medianamente abierta y como dejándose caer un poquito hacia un lado: “el disloque”.

 Y caía el telón. Aplaudía el público y algunos corrían a confesarse enseguida, arrepentirse y hacer propósito de la enmiendan no fueran a morir e ir al infierno por culpa del disloque. Por lo menos lo hacían entre disloque y disloque.

 En España todo era un disloque ridículo, “pecadento” y una miseria cultural de Cara al Sol y prietas las filas, en el escenario. Ellas, las que bailaban lo sabían y sufrían. Sabían que detrás, en la oscuridad de su camerino y del camerino nacional, estaba la dictadura sangrienta e inculta dirigida por vagos y maleantes. Muchos miraban para otro lado pero también lo sabían. Otros, los más acérrimos y con uniformes de “rigor”, se aprovechaban.

 Pero el disloque para las dos amigas trajo algo así como la confirmación de la mentira y de bufa de aquel sistema. Aquí también había conquistadores, gentes de encomiendas, abusadores y tergiversadores de enormes tragedias convertidas en hechos gloriosos.

 Pero había que vivir, reír y buscar resquicios por donde entrara un mínimo de felicidad.

 Las dos una tarde se divirtieron cantando y bailando el disloque. Alguien las vio y por primera vez los niños de aldea escucharon que había mujeres que sentían atracción por otras. Y hombres mujeres, ancianos y ancianas hablaron de ellas. ¡Dios mío, qué horror!

 A Cheliño le importó un bledo. María tenía un poco de vergüenza. Pero después ambas, que no lo eran, tampoco dieron explicaciones. Y eso causó muchos “disloques” entre el personal. Si bien aprendieron la palabra “lesbiana”. “María, gracias a nosotros son un poco más cultos”.

 Ella tenía que salir de viaje pues vendía sus quesos en varias comarcas. María quedaba en su casa. Pronto vino con novio.

 Pero un día se hizo evidente que Cheliño estaba embarazada.

 Fue una bomba que explotó durante meses. Nadie sabìa de quién, todos y todas deseaban saberlo pero nadie se lo preguntó porque decían que “ten moito carácter, se fora outra…”. Mi abuela no dijo ni palabra, era buena y muy cristiana, y entre los hombres había muy “mala hostia” porque ninguno había tenido nada que ver.

 ¿De dónde sería el hacedor? Ningún vecino había visto nada. Ella siguió apareciendo con la misma elegancia, el mismo donaire y, según decían, la misma o más chulería al caminar. Eso “jodía” mucho. Tuvo una hija preciosa de pequeña, muy hermosa en la adolescencia y hoy es una señora bellísima.

 Estudió medicina, se especializó en epidemiología y trabaja desde muy joven en un hospital del tercer mundo.

 Allí fue a verla una vez su madre y en una aldea de un país casi sin nombre sonó una canción:

 A raíz do toxo verde, (Bis) 

 E moi mala de arrincar-e. 

 Os amoriños primeiros, (Bis) 

 Son moi malos de olvidar-e.


Nota del autor:

 Quiero dedicar este escrito a Carlos Pérez Antón, que es un amante de Tui, de la historia de nuestra ciudad, del Camino y amigo mío.

EL CAMINO DE SANTIAGO

 Los señores “inventores de marketing” y los políticos acólitos e interesados en la peseta o el euro también, deseo decirles que el negocio de inventarse caminos es otra cosa y no es historia, aunque se utilicen nombres y se tergiverse. EL CAMINO, con mayúsculas, es el que es. Y, señores importantes (supongo que ustedes se lo creen), mentir es ruin sobre todo si se hace para ganar dinero o votos, que parece que para algunos es muy importante también, además del poder. Mentir, yendo contra la historia, es robar a la verdad, y mentir a los peregrinos es estafar, tanto a los que lo hacen por fe como los que lo hacen por vivir en persona una ruta que fue y es de la humanidad.

 Hay muchos caminos, hay sendas y hasta “carreiriños” no monte en los que algún hombre, mujer, niña o niño recorrió caminando. Alguno hasta llegó a Santiago. Incluso alguno recorrió río abajo el Pisuerga en un barquito y se bajó en Valladolid. Como se enteren algunos señores convertirán ese río en el Camino de Santiago Fluvial de Castilla.

 Con lo fácil que es buscar nombre a las rutas, sin duda preciosas, y promocionarlas.

 Entre los peregrinos había “gallofos” (falsos peregrinos que vivían o malvivían a cuenta de los verdaderos). Ahora los gallofos son los inventores de falsos caminos a Santiago que viven muy bien y hacen políticas a cuenta de Santiaguiño, o Santiago Matamoros, que no tiene nada que ver con el de los peregrinos.

 Cuando los seudo inventos se repiten, también todo es una farsa.

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