RAÚL FRANCÉS VALVERDE, MI AMIGO DEL SOL Y DEL ORBALLO
Mil gracias por todo lo que nos has dado
Levada libre quiso llevarle flores al tanatorio pero supimos que el había dicho que no lo deseaba y por eso las colocamos en ese árbol que ahora se llama “El árbol de las flores de Raúl”.
Así Raúl, mi amigo, el hombre bueno, tiene un árbol con su nombre.
Las flores cuando se marchiten las llevará el viento, y pedacito a pedacito, enseñarán su sonrisa por el mundo.
Él, Raúl, quedará en nuestro recuerdo, y en muchos momentos yo pensaré: ¿qué diría o que haría él? Seguirá siendo un ejemplo.
Eso nadie nos lo podrá quitar y lo abrazaremos muchas veces. Y le pediremos algún consejo.
Este árbol, además, me lo regaló el hombre de memoria, Xosé Álvarez. Los dos se querían mucho.
A los dos les tengo una enorme admiración.
Físicamente conocí a Raulito, ya Raúl, muy tarde pero cuando nos abrazamos él y yo sentimos que ya antes habíamos estado muchos años juntos, caminado juntos, éramos familia, teníamos muchos pensamientos comunes, no todos, pero ambos deseamos lo mejor para el mundo y ansiábamos la paz para todos, y desde esa paz quisiéramos justicia y que ningún niño muera de hambre.
Pienso siempre que él, en la falta de rencor, era un santo laico porque tenia muchos motivos personales para sentir odio. No lo tuvo nunca.
Y sin embargo a él, un hombre bueno, le inventaron en las primeras elecciones una mentira repugnante, todo lo contrario a su modo de ser y de querer. Lo contó con una sonrisa el mentiroso de turno. Lo miré fijamente, le dije que estaba hablando de un amigo muy querido por mí y que estaba mintiendo. No lo esperaba y comenzó diciendo que a él se lo habían contado y casi inmediatamente dijo que él tampoco lo creía.
Estábamos en una comida de profesionales de agricultura. Me levanté y me marché.
Casi todos, incluido él, me pidieron que me quedara, que olvidara. Me fuí.
Raúl, amigo Raúl, el día del banquete frustrado llamé a tu casa por teléfono y me contestó una dulzura de voz. Era la madre de tus hijos. No recuerdo si le comenté algo, creo que sí, y que me dijo que tú eras de los hombres mas buenos del mundo. Le dije que ya lo sabía.
Para el final dejo lo mas bonito y a la vez muy triste que me contaste al lado de una ventana desde la que fuera se veía orballar. Que es cuando la lluvia se hace más arte; y quizás serviría la palabra para definir nuestra amistad que fue y sigue siendo, la lluvia que cae dulcemente, y el sol que parece que se quiere asomar.
En el sepelio de Paco Comesaña, también un hombre bueno y amigo de los dos, nos dimos el primer gran abrazo físico. Lo hicimos con la misma naturalidad como lo habíamos hecho otras veces con el pensamiento del silencio, que fueron los años de la plena democracia de Feijóo, Esperanza Aguirre, Ayuso y, el enorme cabezón y cambia chaquetas, Tellado, entre otros muchos.
Ese día en nuestras vidas y en nuestro cariño salió el sol.
Orballaba detrás de la ventana de la cafetería del Monte Aloia, y me contaste:
- Manolo, hace días en una radio el locutor preguntaba a las personas que es lo que mas deseaban. Todos decían de todo. Yo solo hubiera querido lo que quise siempre y siempre desearé: ¡¡¡Abrazar a mi padre!!!
Y no lo dije en la radio pero sí en voz muy alta y saliéndome del alma.
Sus ojos y los míos orballaron.
El sábado, en el tanatorio, mientras te acompañaba unas horas no dejé ni un momento de pensar en tu madre, en Elenita. La amiga y compañera de pupitre de mi madre, y la volví a ver apretando dulcemente la caja de cartón en la que iban los restos de su marido mientras musitaba agarimosamente otra vez juntos mi amor.
Nunca olvidaré aquella escena de amor ni el último abrazo físico que nos dimos en el Circulo de O Porriño.
Y sigo, amigo, abrazando tu recuerdo.