6 de xan. de 2023

OPINIÓN

“Sabían, ahora, que hay una cosa que se desea siempre y se obtiene a veces: la ternura humana…”

“La peste”, Albert Camus

 Maru, médium de mi amigo y amiga mía, recítame por favor, unos pocos versos de un largo poema de un excepcional poeta.

 No te rindas, aún estás a tiempo

 De alcanzar y comenzar de nuevo,

 Aceptar tus sombras,

 Enterrar tus miedos,

 Liberar el lastre,

 Retomar el vuelo.

 No te rindas que la vida es eso,

 Continuar el viaje,

 Perseguir tus sueños,

 Destrabar el tiempo,

 Correr los escombros,

 Y destapar el cielo.

 No te rindas, por favor no cedas,

 Aunque el frío queme,

 Aunque el miedo muerda,

 Aunque el sol se esconda,

 Y se calle el viento,

 Aún hay fuego en tu alma

 Aún hay vida en tus sueños…

Mario Benedetti

 Si lo llegó a escuchar antes en tu voz y con esa acento mexicano también vencería el miedo recitándolo. Aquel miedo inmenso que sentías en cabina de un avión de combate y que solo resistiéndolo podrías seguir viviendo…

VOLVER AL VIEJO PUENTE PARA CUMPLIR UNA PROMESA




Manuel Vázquez de la Cruz

 Maru, aquí empezamos nuestra historia, la tuya y la mía, que fue solo un contar. Hubo antes otra que resultó truncada pero como dice Benedetti los sueños no mueren si no nos rendimos. Aquella noche, como ya te conté, apareció en la oscuridad una mujer con nombre de flor, nacida en París, hija de un maestro republicano en aquel gobierno que fundamentaba la libertad, el progreso, la solidaridad y la fraternidad en la cultura.

 Y aquí, Maru de mi corazón, se forjó otra historia, como el título, creo recordar, de una película (los mayores somos muy peliculeros), “Todo empezó con un beso”. Y aquel beso cambió mi vida para siempre. Ahora mismo estoy pensando que si no hubiera sido por lo que pasó aquella noche yo sería enterrado a mi muerte, más que próxima, en el cementerio de la aldea que empieza en este puente. Pero si llego a tiempo de escapar del perro de dientes enormes verdes, que en Bretaña dicen que es la muerte que viene y nos lleva, me enterrarán donde quieran. Pero eso sí, allá en tu país, cerca de donde el Comandante Marcos se hizo un poco Pancho Villa y Emiliano Zapata.

 Si hubiera seguido aquí lo mas probable es que muriera en una cama pero allí quiero morir en un bosque. Y si no me encuentran nunca, mis restos fertilizarán y harán crecer los árboles.

 Albert Camus, lo citamos al principio, dice que en un momento algunos humanos descubrieron la ternura. Si los hombres y mujeres del mundo, ricos y pobres, cultos o ignorantes se dieran cuenta un día del valor de los bosques, pequeños o grandes, fundamentales en su respirar y de la tierra buena que nos da, o puede dar de comer, entonces, y solo entonces, el planeta tierra sería siempre como el claustro materno de la humanidad y de todo lo que vive.

 La mujer de nombre de flor, que voy a llamar Dalia porque al que tu haces de médium quería mucho a una persona con ese nombre, se quedó después de mi súplica a mi lado. Quitó sus zapatos y me pidió que hiciera lo mismo con los míos. Nos sentamos en el puente con las piernas cayendo por los bordes hacia el río. Me dijo que le encantaba andar descalza. Yo no le dije que a mí nada y pensé en chiquillos de mi aldea que si andaban así destrozando los pies y sufriendo pero no porque les gustara sino porque la falta de recursos llegaba a la miseria. Me lo notó, me miró y me dijo: “Me gusta lo que estás pensado y que seas así”. Ahora somos mucho más cercanos.

 Andando el tiempo me di cuenta que en aquel puente y en aquel ya lejano año había dos mundos muy diferentes en sus arcos, dos culturas y dos porvenires previstos totalmente distintos con destinos separados, que después no lo fueron.

 Allí estaban una mujer con dos carreras universitarias, muchas vivencias y un joven aldeano, con cultura campesina que trabajaba los campos y creía saber mucho de pájaros, sus nidos y sus cantos.

 Ella hija de una señora judía con dinero y de un español que había vuelto a España desde Francia para recuperar su plaza de maestro de escuela, perdiendo dinero, pero pensando en contribuir desde su profesión a que la democracia republicana se asentara en España sobre su pilar fundamental: el de la Cultura. Y a aquel pensamiento le quiso dar una ayuda, un mínimo personal y se vino. Era un hombre honrado y coherente.

 El vivía con su madre y con su abuela. Era hijo de soltera. Tenía una pareja de bueyes para labrar la tierra, una cabra blanca que daba mucha leche, un cerdo, un perro que se llamaba Chus y muchos libros en montones que leía, más bien devoraba, en las largas noches de invierno con luces diversas (candiles, velas normales y de abordo que el señor Ferruxo traía desde Lisboa y le regalaba al señor abad).

 El creía estar enamorado de una adolescente, dos años menor que él, y tenía una amiga por la que sentía admiración, pero rechazaba enamorarse de ella porque le parecía demasiado guapa y era de más “posibles”. Lo último le acomplejaba. Creía que era otro el destino de aquella mujer morena y valiente. Quizás solo tenía miedo a que lo rechazara.

 Ella tuvo con dieciocho años, un novio muy íntimo y después, con mucha más experiencia, más amores que llamaba de satisfacción. A los veinticinco años había descubierto un mundo nuevo: una aldea perdida entre ríos en el Camino de Santiago.

 El era aldeano normal, con pensamientos normales y conflictos normales, y nunca había besado a una mujer. Ella, lo decía siempre después, nunca lo había hecho con un hombre de menos edad que ella. El pensaba que algún día se casaría, tendría hijos y viviría como lo habían hecho su madre y su abuela. Ella había decidido con absoluta firmeza que no se casaría jamás y que en cualquier relación que tuviera, las pautas de conducta hasta en sus mínimos detalles, los marcaría ella. Y que en su tiempo de no trabajar lo más importante sería averiguar sobre la historia (sus mentiras o medias verdades ocultadas por los poderes), estudiar botánica (su pasión) y pintar hojas de los árboles desde que nacen hasta que mueren porque decía que todos los días enseñan algo nuevo y siempre a vivir.

 Ella era una parisina normal, avanzada en el pensamiento, incluso en su ciudad, y muy comprometida políticamente contra el fascismo y nazismo. “Los mismos perros con distintos collares pero los dos males más terribles que están siempre en el fondo más oscuro de la historia dispuestos a aparecer cuando los mandan”, solía decir.

 Aquella noche hablamos mucho de libros y de política. Me dijo que tenía mucho miedo por su padre aquí y por su madre en París porque sus cartas le parecían extrañas y que como su abuela había tenido Alzheimer ella no estaba tranquila y se iría pronto.

 Que el momento político - yo ya lo había leído y también lo sabría -, con Mussolini en Italia y Hitler en Alemania era muy complicado. Que ella pensaba que su padre debería volver a París y de allí cuanto antes a Argentina donde tenían parientes. Pensaba que Europa iba a ir una guerra y España quizás antes.

 "Ya ves, yo que aparento ser muy fuerte, muy libre y muy descuidada tengo muchos miedos. Aquí el ambiente en las muchas instituciones es casi prebélico y yo observo lo de siempre y es que contra el avance de la historia luchan las instituciones creadas por hombres, religiones, corporaciones, cofradías, Opus Dei,…

 Todos predican el machismo, el racismo, la destrucción del medio ambiente y odio al diferente, y eso es fascismo por muy enmascarado que nos lo enseñen con palabras como patrias, religiones, banderas y otras monsergas, cuando lo que les interesa es el dinero y la guerra: el poder para amasar más fortunas que es su única e indivisible patria.

 Mi madre, muchachito de preciosa sonrisa y sabiduría aprendida porque sí y a la luz de un candil (a veces me daba la impresión de que me tomaba el pelo), es judía. Y para ellos yo, atea, también lo soy.

 Y además quiero mucho a mi madre, a la que esa gentuza odia, y a mi padre que es maestro que explica el porqué. A todos nos llevarían a la muerte por ser como somos o simplemente por pensarlo o por ser de otra raza. “Ya ves tú y yo no somos de la misma raza”.

- ¿Tienes algo que decirme?.

 Le dije que sí y que creía que tenía razón. También que jamás había pensado que cosas que había leído me las explicara una persona tan bien y tan claro.

 Después la miré y la vi muy hermosa. Nunca en mi vida había visto algo tan bello. Con miedo le acaricié la cara. Ella me sonrió. Yo seguí acariciando. Pasó bastante tiempo hasta que me atreví a darle un beso en la mejilla. Siguió sonriendo. Iba a dárselo en la otra mejilla, volteo la cara y mis labios fueron a los suyos.

 Después fue un beso largo e in crescendo. Pero ella lo acabó.

 La mujer de nombre de flor me dijo: No se lo digas a nadie mientras yo viva. Después cuéntalo, pero una noche de San Juan y en este puente. Y te advierto que esta mujer nunca será propiedad de ningún hombre, como un mueble más, que no me voy casar nunca porque no quiero. Cuenta que te besé. Explica claramente que esta noche no lo hice porque me dieras pena. Solo lo hice porque tus lágrimas y tu tristeza movieron mi ternura e hicieron salir sentimientos muy hermosos que estaban escondidos en el fondo de mi memoria. Tanto que creí que no los tenía pero tu hiciste el milagro.

 -¿Lo dirás algún día?.

 -Se lo prometo.

 -Es muy bonita tu sonrisa y muy simpático que me trates de usted. Seguro que nos volveremos a ver. Adiós.

 Se marchó. Quise seguirla.

 Pero me dijo, más bien ordenó: “Corre al puente y siéntate. Adiós”.

 Obedecí.

 Me dio pena que se marchara. Me volví para volver a verla. Hacia un poco de viento que movía ligeramente la falda floreada que llevaba puesta y a mí pareció que el mundo era hermoso y que ella en el camino entre sauces y abedules era paisaje. Ella con su andar, el viento suave, la parra de la viña que daba sombra al camino y la falda floreada agitada al moverse, eran también parte parte de mi mundo.

 Poco después se marchó.

 Y en 1934 nos fuimos a París su padre y yo. Fue una odisea pasar la frontera. Un militante de la CNT me hizo un carnet de identidad francés.

 Cambié de nombre para siempre. También de lugar de nacimiento pero eso solo en el papel.

 Maru, llegó la Aurora.

Nota del autor:

 Amigo de dos nombres, yo también he sido un caminante que subió y bajó senderos.

 Que se emocionó descubriendo paisajes. Antes de conocerte ya era así, pero menos.

 Fuiste un trotamundos de norte a sur, del Ártico al Antártico. En cualquier lugar del mundo se te podía encontrar y cuando te fuiste a la búsqueda del perro feo de dientes verdes, supe que lo encontrarías.

 Antes me escribiste la carta. Siempre recuerdo la última frase.

 Manolo, no le tengo miedo.

 Antes tu vida de parisino, aviador en la Fuerza Aérea Republicana, en la Unión Soviética contra los nazis, tu aterrizaje forzoso en trincheras en Madrid, tu encuentro con Ferrer, tus pasos del río con la ayuda de Floreal cuando los buques en que navegaste hacían escala en Porto, tus amigos…

 Como también mi tiempo se está acabando y quiero que salga un escrito con una defensa de nuestra ribera que está en peligro por la ignorancia y la sin razón. O la razón del dinero con hurtos de campos incluidos. Seguiré contando y escribiendo. Si consigo contar vuestras historias en un libro lo presentaré en nuestra aldea. Será un grito contra la injusticia y estulticia que se pretende hacer contra el medio ambiente. Ojalá pudiera llegar ese grito que representa a la vida al bosque en el que te encontraste con el maldito perro de dientes verdes que roba la vida.

 Sé muy bien que no tuviste miedo.

 Aquella mañana Maru, tú y las compañeras del Camino de Santiago - el verdadero, no el inventado por negociantes metidos a historiadores políticos -, de Maru os fuisteis juntos.

 El mismo día montaste en un avión comercial y sonreíste mientras despegaba. Coqueto también eras bastante.

 Después llegó tu carta.

 Poco a poco iré transcribiendo lo que, como tu decías, es de todos.

 Y repito: sé que no tuviste ningún miedo al perro de dientes verdes.

 Y sé que dentro de algún árbol sigue algo de ti en su savia caminando. También en otra forma de estar, incluso materia, se puede pasar a ser, mantener la vida y la tuya no puede parar.

3 comentarios:

  1. Espero el libro con impaciencia.

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  2. Vale,Manolo,cada vez te superas. La Dalia se fue para Canadá.?

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  3. Ahí mencionan a mi querido padre , Floreal , y mi tío Ferrer , que triste historia, cuando fusilaron a mi querido abuelo, que no llegué a conocer ,

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