7 de mar. de 2025

OPINIÓN

RECORDAR PARA QUE NO VUELVA A PASAR (IV) 




Manuel Vázquez de la Cruz

 Hoy día 7 de marzo añado a mis historias la de Xoa Ocampo Francés. Mi sobrina porque nos adoptamos mutuamente así desde hace algunos años. Antes, desde la edad media, éramos amigos, compatriotas de la paz y sentimientos de Libertad, Igualdad y Fraternidad.

 Mis amigos o amigas son a veces los buenos, otros de los romances de amistad, incluso los o las tengo con nombre de árbol.

 Los árboles, por quererlos, a mi me hablan, y me cuentan sus cosas.

 Xoa es árbol, alegría y pena. Hojas verdes y hojas secas. Flores preciosas y marchitas. Otoño y primavera. Bondad y más bondad. Es naranjo y abedul de corteza blanca. Es el agua cristalina y mirlo de pecho blanco que canta a la orilla.

 Xoa, mi querida Xoa, es las palabras escritas que llegan al alma.

 Es un alma de amor la que hoy escribe. Es Xoa mi sobrina buena.

 Xoa Ocampo Francés con Manuel Vázquez de la Cruz


 Y en recordar escribe su gran recuerdo.

 A mi bisabuelo José Francés, lo fusiló el ejército franquista el 27 de agosto de 1936, con 29 años. Lo mismo habían hecho con su cuñado y después con dos de sus hermanos. A sus hermanas les raparon la cabeza para humillarlas y señalarlas, siendo paseadas por el pueblo para recibir los insultos de los vecinos, e incluso, hubo uno, que además de soltar improperios a voz en grito, disparó su pistola varias veces al aire, para provocar más el pánico delante del camión que las trasladaba junto con otras mujeres.

 El delito del que se les acusaba para cometer semejantes atrocidades contra ellos era el de rebeldía, por pensar diferente, por ser socialistas, rojos”, como los llamaban, en un momento de la oscura dictadura franquista en el que simplemente el hecho de tener un pensamiento propio era motivo suficiente para que quisieran acabar con tu vida.

 Mi abuelo Raúl tenía 2 años y su hermana Josefa 4, cuando les arrebataron a su padre de un disparo con un fusil. Elena, mi bisabuela, estaba cerca cuando pasó, porque iba llevarle la comida a la cárcel donde llevaba varios días detenido. Paró antes a rezar en la iglesia y escuchó un tiro a las once de la mañana y sabía que era ese el que acabaría con el padre de sus hijos.

- Mataron ao meu amor. Dijo en galego, al sentir el ruído.

 Así fue, de esa manera tan cruel trataron de callar su voz y que de esa forma desaparecieran sus ideales, como los de tantos otros. Pero no contaron con que el árbol genealógico tenía unas buenas raíces, cultivadas con buenos valores y fuertes convicciones, que ya estaban bien arraigadas y que además había echado semillas.

 A los 9 años, a mi abuelo lo mandaron a un colegio de huérfanos de ferroviarios, en Madrid, porque su padre era agente ferroviario. Allí se crió lejos de su verdadera familia pero creó lazos con otros niños en su misma situación que mantuvo de por vida. Creció muy consciente de la barbaridad que ocurrió en su familia y se pasó la vida buscando justicia, pero no revancha.

 Él es el mejor narrando historias, siempre aportando detalles, fechas, nombres y anécdotas. Parece que su mente viaja mientras habla y lo más increíble es que hace que viajes con él. Siempre nos hizo partícipes de todo lo que había pasado pero de un modo en el que no creó odios. De hecho, cuando consiguió la sentencia de muerte de su padre, retiró las hojas donde aparecían los nombres de los vecinos que los acusaron de traición a la patria. Cuando le preguntamos por las hojas que faltaban, dijo que no quería que supiéramos los nombres porque sus familias no tenían la culpa y no quería que los viéramos de forma diferente o crear rencores innecesarios.

 Nos hacía comprender que todo el mundo tenía derecho a pensar diferente, y que nadie debía ser castigado por ello. Que la educación, la palabra y el respeto eran el mejor arma contra las injusticias y que así teníamos que luchar nosotros. Que nunca había que responder con violencia, porque esa era la diferencia entre "los buenos y los malos”. Su dedicación para reunir información, documentos y periódicos de la época, lo hizo tener conexiones con personas que estaban emigradas o exiliadas por cuestiones políticas, con asociaciones, periodistas y expertos en la Memoria Histórica.

 Se convirtió en un activista, sin pretenderlo. Era más bien su forma de vida, y se ganó el cariño de muchas familias y viudas a las que ayudó a conseguir sus pensiones de viudedad años más tarde de que les hubieran fusilado a sus maridos. Lo mismo hizo con su madre, quien celebró la llegada de la carta de concesión de dicha pensión, pero que por desgracia no pudo cobrar ni el primer pago porque falleció antes de que se hiciera efectivo.

 Cuando sus dos tías se hicieron mayores, dos mujeres curtidas a base de sufrimiento durante la Guerra Civil, fortalecidas por pura supervivencia y a las que costó mucho salir adelante por su estigma de "rojas", se fueron a vivir a su casa. Toda la dureza se convirtió en ternura y fragilidad en la vejez. Las dos acabaron su vida con Alzheimer, esa enfermedad que te borra la memoria a corto plazo, pero te hace vivir el pasado como si fuese el presente, y por si no les había llegado con pasar el horror una vez, las dos volvieron a revivir aquello. A veces a gritos.

-Lévanse o meu irmán Pepe! (Se llevan a mi hermano Pepe). Gritaba a veces Josefa, reviviendo el momento en el que se llevaron a mi bisabuelo para ser fusilado.

 Vivían en esa realidad pasada y de esa manera era imposible no empatizar aún más. También fue una oportunidad para conocer la historia a través de ellas.

 Sus principios seguían siempre ahí, por mucho que las intentaran callar tantas veces. Y lo hacían notar con orgullo, como un día que Josefa estaba tapada con una mantita de cuadros roja, en el sofá. La agarró entre sus puños y nos dijo sonriendo:

-Esta manta é roxa, coma nós. (Esta manta es roja, como nosotros).

 Todos los sábados nos reuníamos para comer en casa de mi abuelo, sin falta. Mis padres, mi hermano, tíos, mi primo, mi abuelo, su mujer y yo.

 En una de las largas sobremesas, mi abuelo sacó de un sobre un artículo de un periódico antiguo que le habían hecho llegar de una Asociación de Represaliados Republicanos en Argentina con la que mantenía contacto. Nos hizo una breve introducción de como había llegado aquel sobre a sus manos y nos lo empezó a leer.

 Trataba un caso escalofriante de una mujer de nuestro pueblo que estaba buscando de forma incansable el cuerpo de su marido fusilado por los alrededores, sin tener resultados.

 Raquel, estaba en el sofá- Últimamente ya estaba más abstraída, menos comunicativa. Pensamos que no estaba atenta a lo que mi abuelo estaba contando. Pero empezó a hablar como si el caso estuviera ocurriendo en esos momentos.

-Ay, María, pobre María, que anda cargando con la caja de madera encima de la cabeza buscando el cuerpo de su marido. Dijo mientras su cara se encogía con un gesto de dolor. Siguió hablando, nos explicó quién era la señora y su familia y nos contó muchos más detalles de los que reflejaba aquel artículo en aquella hoja decolorada por el paso de los años, y con ese olor característico que el tiempo le da al papel.

 De golpe volvió a abstraerse cobijada por su manta, también roja, como nosotros - igual mejor así -, demasiado sufrimiento otra vez.

 Seguimos la sobremesa impresionados con aquella información tan de primera mano que nos hizo hasta casi sentir el peso de la caja de madera en la cabeza de María y la cercanía de Raquel reviviendo el terror del momento.

 Al acabar pasamos todos a despedirnos de Raquel, que tenía la mirada perdida casi sin expresión. Quizás en un limbo entre pasado y presente, inalcanzable para nosotros, y que dejaba quieta su cara arrugada, de piel suave y fina, para que pudiésemos darle un beso en su mejilla.

 Mi hermano se acercó a ella, la abrazó y le dijo:

-Tía Raquel, ganamos!

 Se refería a la Guerra Civil y a todo el terror que rodeaba todo aquello y que de una forma atroz le había marcado la vida para siempre. Ella contestó sabiendo perfectamente lo que quería decirle.

-¿Sí? ¿Ya se acabó?

-¡Sí!

-¡Ayyy, qué bien! Y emocionada le devolvió el abrazo.

 Supongo que la alegría y la paz le durarían los 5 minutos de memoria a corto plazo que el Alzheimer le permitía recordar, pero celebro siempre ese instante de libertad total. La apertura de esos barrotes que creo que siempre sintieron como cercando sus propios ideales, encerrados de alguna manera, la rotura de algunos silencios obligados. La liberación del peso del grito revolucionario ahogado como un nudo en la garganta y aquel brillo que ví en sus ojos azules por primera vez.

Xoa Ocampo Francés

Ningún comentario:

Publicar un comentario