ES MOMENTO DE RECORDAR (I)
Manuel Vázquez de la Cruz
Poco después de enviar el escrito mío con la aportación importante y un poco robada de Inma, recogí de Público el comienzo de un largo artículo. No supe si llorar o blasfemar. Ese niño, esa mujer, su marido y miles y miles de niños, mujeres y hombres sufrieron el terror franquista.
Y la Iglesia Católica con un papá nazi otorgaba, callaba, bendecía, ponía bajo palio a un criminal e incluso, algunos de sus miembros querían nombrarlo cardenal.
María Lozano Hernández fue fusilada el 19 de enero de 1940. Dos días antes, habían matado a su marido. El bebé de ambos falleció "enfermo" en la cárcel de mujeres de Ventas, mientras María esperaba su propia ejecución. ¿Quién la encerró? ¿Quién le disparó?
José Felipe Muñoz es el amigo de mi conciencia. Era de Arenas de San Pedro, fue paseado en Tui, escupido, apaleado, seudojuzgado y asesinado en la Alameda de esta ciudad, que es la mía.
Tenía veintidós años, era de pequeña estatura, funcionario de Correos, aquí le llamaban el comunistiña,..., bailaba muy bien. Algunas chicas que bailaran con él días antes, pensaban que era un buen "partido", y ellas que eran hermanas de un asesino, le escupieron en su calvario por la rúa da Corredoira. Desde que supe su historia siento siempre mucho remordimiento.
Remordimiento porque sobre 1950 yo vestido de falangista del Frente de Juventudes por ser alumno del Instituto Laboral, y sobre todo por poder jugar al pimpón, en esa misma calle asistí e hice "guardia" en un catafalco, por José Antonio Primo de Rivera.
El alcalde de Tui, cuyo nombre no viene al caso, dijo aquellas frases ridículas de siempre: “José Antonio tú no estás contento con nosotros (...)”.
Pocos días después a media mañana yo estaba en un bar de Tui esperando a mi padre. El local tenía un ventanal a la acera de una calle muy especial y preciosa. Por ella pasó una conocida, sé su nombre, era un poco mayor que yo y ya no vive en mi ciudad, ni siquiera sé si aún vive, el alcalde de “no estás contento de nosotros” se levantó de la silla, echó mano a sus partes (él y sus correligionarios eran muy de presumir de cojones) y sin importarle nada los presentes como si él también fuera uno, grande y libre, todo en uno, como un poseso, que lo era al menos en ideas, comenzó a gritar: ¡¡¡quieres esto pasa, pasa...!!!
Los que estaban allí no hicieron ningún gesto de protesta. En algunas caras me pareció que había miedo a decir algo. Otras sonrieron, me pareció que con vergüenza. Cascarilla que era el camarero y se llamaba así de sobrenombre, se metió avergonzado en una especie de trastienda. Era un hombre muy querido por todos.
Uno, por lo menos uno, rió la “gracia” a carcajadas.
Aquel uno también tenía nombre y sobrenombre como el camarero, pero el mote decía mucho de lo que el era, tan mala persona que ni las malas personas fueron a su entierro. Ni mucho menos, los de su ideología. Ya había empezado la transición y no les convenía. En los años cuarenta quizás le hicieran una enorme ceremonia fúnebre. Y ni Dios, con perdón, sabe qué cosas elogiosas dirían de él. Seguro que por lo menos le llamaría mártir de la patria. Eran de lenguajes imperiales.
Yo salí del bar. Me dolió mucho la escena. Se lo conté a mi padre nada más salir. Primero vi cólera en su rostro. Después tristeza, pena y amargura, y me pidió que no le contara nada a nadie.
Muchos años después me di cuenta que la amargura era de tener que esconder su asco. Y el no contar nada era por las represalias que podríamos tener la familia.
El miedo al poder de los idiotas en un país de la paz de los cementerios, eso era la grandiosidad de su patria. Eso podría definir al régimen de aquel señor que había sido nombrado por el gobernador, a su vez nombrado por el dictador salido de un levantamiento contra la legalidad con la ayuda de Hitler y Mussolini.
El miedo era fundado. Aquel dictador que murió ensangrentado y fotografiado entubado por su yerno para vender las fotos, que murió matando va a hacer cincuenta años, tenía pequeños dictadores y podían insultar y vejar. Eran seres de usted sabe quién soy yo, que podían hacer la vida muy imposible a las personas de su entorno. Y echar mano a los huevos para, pobres, presumir de su poder.
(Continuará)
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