RECORDAR PARA QUE NO VUELVA A PASAR (y VIII)
Manuel Vázquez de la Cruz
Un poema sirve para
decir adiós. Ya me gustaría que sonara el Canto a la libertad,
de Labordeta.
Parece mentira
pero a alguna gente le cabrea mucho. ¡Con lo que nos gusta a muchos!
El poema es de Ángeles Comesaña Concheiro:
En esas manos juntas
Allá van mis dos viejos
De la mano,
Estrenando sus años
Muchos años
Desde su memoria y su silencio,
Recogiendo palabras de las sombras.
Ellos conocen el hilo de la vida
Como la mano de sus propias manos
Y de los días abiertos como arcos
cotidianos,
Van construyendo el campo,
Territorio de amor en la ciudad desarbolada
Y sucia
Tregua de flores y de pájaros.
Del bolsillo de él
Saca los años
Sacude la artritis
Almidona el espíritu
Con unos polvos blancos.
Porque los que lo condenaron querían dejar - y siguen queriendo -, a toda la humanidad, la humanidad que trabaja, sin pan. Y eso que muchos de ellos rezan con frecuencia el padrenuestro.
Las dos cosas que parece odian más determinados personajes que tengan los demás. Roban la libertad de los hombres y mujeres y les quitan la vida. Todo sin compasión.
Él, nuestro Paquiño (me encanta ponerle nuestro), vivió y siguió luchando con todas sus razones para que todos tuviéramos pan, libertad y viviéramos en un mundo mejor. Su fuerza siempre fue la palabra. Su palabra le salía del corazón. Era sentimiento.
Paco y Chonchiña pudieron, después de una pausa de años de él en distintas cárceles, pasear por el mundo la alegría de vivir sin dejar jamás de pensar en los compañeros, sus amigos, aquellos a los que mataron los mismos que querían quitarle a él la vida, en las viudas y en los hijos. Su casa, allí donde vivieran, siempre tuvo la puerta abierta, el gran abrazo (nadie abrazaba como Paco) y un pan sobre la mesa.
He querido ser de los de la búsqueda de libertad, dignidad, fraternidad, igualdad...
He querido desde mi edad decir adiós, recordar a los buenos asesinados cortando ganas de vivir para estar con las que dejaron viudas y niños, sus niños, que quedaban huérfanos en un mundo muy hostil.
Hijos de rojos, les decían. Y a dos hermanos hambrientos les negaron un poco de comida en el Auxilio Social, por serlo. Por ser hijos de rojos. Seguramente a muchos más, pero uno de los anteriores me lo contó con lágrimas en los ojos, muchos años después.
He escrito para enseñarme como militante contra el fascismo español que asesinó al grito de ¡Viva la muerte!. Contra ellos unamos nuestras manos y gritemos muy alto, que suene fuerte y llegue a la Casa Blanca, rodee a la humanidad y dé miedo al fascismo que está siempre pensando en volver.
¡¡¡Viva la vida!!!
Gritemos una y otra vez. Muchas veces.
Que les cabree el grito. Que sientan que seguiremos defendiendo que todos deben tener derecho a vivir según su trabajo y también según sus necesidades. Esa es la sociedad que queremos. La seguiremos buscando por mucho que Elon Musk y otros, quieran ser nuestros dueños. Lo mismo que Elon está en un consejo de ministros sin ser serlo.
Llueve y vuelven a sonar siete campanadas del reloj de la iglesia de A Guía.
Sueño que lo hacen por José Felipe Muñoz, el amigo de mi conciencia.
Hasta siempre a todos.
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