CONTENIDO DEL SEXTO EDIFICIO DEL MUSEO DE PONTEVEDRA
El edificio se levanta sobre el solar que había ocupado la
huerta del Colegio de los Jesuitas, construido según el proyecto elaborado por
los arquitectos Eduardo Pesquera y Jesús Ulargui, ganador del concurso de ideas
convocado por la Diputación de Pontevedra, que sufragó su construcción, para la
que contó con la colaboración del Ministerio de Cultura y de la Consellería de
Cultura.
Las dos
plantas de sótano están destinadas a almacenes y a los talleres de restauración
y montaje, habiéndose conservado además los restos de la muralla medieval y de
una herrería, a los que se le ha dado un tratamiento museográfico. Acogen
también un auditorio con capacidad para doscientas cuarenta personas.
En la
planta baja, en la que se ubica la recepción de visitantes, se dispone la
amplia sala de exposiciones temporales, con versatilidad para poder acoger
varias muestras al mismo tiempo.
Una zona
acristalada que se corresponde con cada una de las plantas sirve de enlace, a
través de la primera y de la segunda, con el edificio “Sarmiento”, objeto
también de rehabilitación.
El proyecto
expositivo de este Sexto Edificio del Museo de Pontevedra pretende acercar al
visitante al devenir del arte gallego desde el siglo XIV hasta la actualidad
con ejemplos singulares y muy significativos, permitiendo su comparación, desde
tiempos de Goya hasta mediados del siglo XIX, con las manifestaciones
artísticas realizadas en otros puntos de España.
Planta
primera
Se inicia la planta primera con
una sala dedicada a las producciones artísticas del gótico y del renacimiento,
de finales de la Edad Media y comienzos de la Moderna. Están presentes
formulaciones autóctonas y foráneas, fundamentalmente portuguesas, en esencia
escultóricas, con muestras de tímpanos, de monumentos funerarios, de baldaquinos,
de mobiliario litúrgico y piezas devocionales. Frente a la abundancia de tallas
en piedra, granito o caliza, y en madera, la pintura como arte móvil está
prácticamente ausente debido a su uso mayoritario en los muros de los templos.
Un ejemplo a destacar es el retablo del convento de las Dominicas de Belvís
(Santiago de Compostela), de finales del siglo XIV.
El arte gallego de los siglos
XVII y XVIII ocupa las dos siguientes salas, que llevan al visitante del
Barroco al Neoclasicismo. La primera está dedicada a la escultura, de temática
religiosa, que avanza desde el manierismo hacia el naturalismo. En el XVII, las
creaciones y tipos del gallego Gregorio Fernández, máximo exponente de la
Escuela vallisoletana, son introducidas y seguidas en Galicia. En el XVIII
alcanza su máximo esplendor la Escuela compostelana, en la que José Gambino
representa la transición del Barroco al Neoclasicismo. La nueva estética
difundida por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando es introducida
por Felipe de Castro, desarrollada luego por José Ferreiro.
La siguiente sala acoge la
pintura gallega, que en la primera mitad del siglo XVII muestra un evidente
retraso, coexistiendo esquemas manieristas y barrocos, que evolucionan hacia un
mayor naturalismo. Dos pintores destacan en la Escuela Madrileña: el discutido
Antonio Puga, con influencias velazqueñas, y AntonioArias Fernández. Ya en el
XVIII presenta un cierto florecimiento y desarrollo, ,destacando Juan Antonio
García de Bouzas, creador de la Escuela gallega de Pintura, y Gregorio Ferro
Requeixo, introductor de la estética neoclásica.
Las cinco salas restantes
permiten realizar un recorrido por el arte del siglo XIX, alternando el español
con el puramente gallego.
En cuanto al español, se inicia
con Francisco de Goya, que, avanzando de los ideales neoclásicos y
anticipándose a la estética romántica, supone el comienzo del arte
contemporáneo. La tradición academicista, mientras, sigue presente con Vicente
López. Con el Romanticismo surgen los paisajes, los retratos (tema en el que
destacan los hermanos Madrazo), las costumbres populares (con Leonardo Alenza y
Eugenio Lucas Velázquez). Destaca también el costumbrismo pintoresco que
desarrolla en Sevilla Valeriano Domínguez Bécquer.
A mediados del siglo, surge la pintura
naturalista, en la que sobresalen Ramón Martí Alsina, Carlos de Haes, Eduardo
Rosales y Mariano Fortuny. La implantación en 1856 de las Exposiciones
Nacionales de Bellas Artes abre un hueco a la pintura de historia, que a
finales de siglo da paso a la pintura de asunto.
En
cuanto al gallego, en la primera están presentes, entre otros, artistas como
Juan José Cancela del Río, representantes del primer clasicismo romántico,
Jenaro Pérez Villaamil, máximo exponente del Romanticismo español, autor de dibujos
de tema arqueológico fomentado por la realización de viajes, del que es
seguidor Ramón Gil Rey, y Serafín Avendaño, que representa el paisajismo
realista.
En la segunda se exhiben las
obras de aquellos artistas surgidos de las academias e instituciones creadas en
la segunda mitad de siglo, en las que imparten clases de arte profesores
foráneos y gallegos formados fuera. También los jóvenes creadores que
consiguieron becas de estudio concedidas por los ayuntamientos y por las
diputaciones para ampliar sus conocimientos artísticos en Madrid, Roma o París.
Se cierra la primera planta con
las obras de los artistas que conforman la llamada Generación Doliente, nacidos en torno a 1870 y que en la última
década del siglo están en pleno apogeo y que fallecen prematuramente. Se trata
de Ramón Parada Justel, Joaquín Vaamonde Cornide y Jenaro Carrero Fernández. El
cuarto integrante, Ovidio Murguía de Castro, está presente en la primera sala
de la planta segunda.
Planta segunda
El recorrido por la planta
segunda se inicia con el cuarto integrante de la Generación Doliente, Ovidio Murguía de Castro, hijo del historiador
Manuel Murguía y la escritora Rosalía de Castro, formado en Santiago con el
valenciano José María Fenollera y en A Coruña, que luego se traslada a Madrid
en donde sigue la corriente de Carlos de Haes. En la sala se exhiben los siete
paisajes que Murguía pinta en 1898 para el denominado Salón de Fumar del palacio
que en Lourizán (Pontevedra) poseía el político Eugenio Montero Ríos.
Esta primera sala muestra obras
de Germán Taibo, adscrito por algunos a la Generación
Doliente, y de dos pintores nacidos también en la década de los setenta del
siglo XIX pero de una larga trayectoria artística, pensionados ambos para
estudiar en Roma y poder así viajar por Europa conociendo la pintura barroca:
Fernando Álvarez de Sotomayor y Francisco Lloréns Díaz, en los que se
fundamentará la Escuela Regional Gallega de Pintura.
Las cinco salas siguientes
ponen el arte gallego de la primera mitad del siglo XX al lado de los artistas
más representativos de España en esos momentos. Antonio Fernández o el escultor
Fernando Campo siguen con los temas clásicos, mientras que Carlos Sobrino o
Roberto González del Blanco se inclinan por el regionalismo de Sotomayor a
pesar de haberse iniciado con el simbolismo, cuyo máximo exponente en
literatura fue Ramón del Valle-Inclán, que sigue Jesús Corredoyra, mientras que
en la corriente modernista destaca Federico Ribas.
El pontevedrés Manuel Quiroga
Losada, pensionado por la Diputación cuando solo contaba con doce años para
formarse en Madrid, figura mundial como compositor y como violinista, destaca
también como pintor y como dibujante.
En lo que al arte español se
refiere, arranca con la renovación iniciada en la última década del siglo XIX
por los representantes del Modernismo catalán Eliseo Meifrén, Ramón Casas y
Santiago Rusiñol, que asimilan las novedades estéticas francesas. Siguiendo
modelos posimpresionistas nos encontramos con Anglada Camarasa, Darío de
Regoyos o Evaristo Valle.
El regionalismo gallego está
representado por Juan Luis López y por los paisajistas seguidores de Lloréns,
unos foráneos, como Seijo Rubio y Bustamante, otros nacidos en Galicia, como
Imeldo Corral o Manuel Abelenda, pero siguiendo las líneas marcadas por el
realismo del paisajismo español marcadas por Muñoz Degrain o Beruete. Otros
artistas tratan de convertir el regionalismo en ideología, como los teorizadores
Bello Piñeiro o Camilo Díaz. En escultura, el máximo representante de esta
línea es Fraancisco Asorey.
En el primer tercio del siglo
XX surge en España el fenómeno regionalista, que en pintura propiciará la
aparición de corrientes diferenciadoras de cada una de las regiones, con
centros artísticos que cobran un especial protagonismo. En la sala están
presentes obras de destacados artistas andaluces, vascos y valencianos, entre
estos su figura indiscutible Joaquín Sorolla y Bastida.
Cierra el recorrido por la
planta la obra de Alfonso Daniel Rodríguez Castelao, fundador del Museo,
político, escritor y artista. Se exhiben, además de cuadros de gran formato,
estampas, acuarelas y dibujos de series como Cousas da vida, Os dous de
sempre, Debuxos de Negros, y los
originales de los álbumes de guerra Atila
en Galiza, Galicia mártir y Milicianos.
Panta tercera
Seis de las siete salas de esta
planta están dedicadas al arte gallego del siglo XX. En las primeras se
muestran obras de artistas del llamado movimiento renovador, cuyo punto de
partida se sitúa en 1925, año en el que la Diputación de Pontevedra institucionaliza
las pensiones, gracias a las cuales muchos jóvenes pudieron estudiar en Madrid,
Barcelona o París. Sobresalen en pintura Manuel Colmeiro, como paisajista, y
Arturo Souto, con formas volumétricas. En escultura, José Eiroa, Narciso Pérez,
Santiago Rodríguez Bonome, Benjamín Quinteiro o Francisco Vázquez Díaz
“Compostela”.
Algunos renovadores plasman en
sus obras imágenes de la Galicia campesina y marinera, como Manuel Torres, o
los mitos y leyendas populares, como José Otero Abeledo “Laxeiro”. Los escultores
tallan la piedra y la madera y siguen el camino que había iniciado Francisco
Asorey, destacando Camilo Nogueira, vinculado al primitivismo expresionista.
Contemporáneos de los
renovadores son Antonio Medal o Luis Pintos Fonseca, que se mantienen en el
costumbrismo y en el modernismo. Otros apenas muestran en sus obras
vinculaciones con Galicia, como Fernández Rodal, o plasman las influencias de
París, como Virxilio Blanco o Martín Echegaray. Por su parte, el escultor Uxío
Souto se implica en el ideal nacionalista recreándose en el pasado. Muestra de
la integración en la vanguardia madrileña es la obra de otro grupo de artistas,
capitaneado por José Frau.
Tras la guerra civil, los
herederos de los renovadores se caracterizan por el realismo expresionista,
como Isaac Díaz Pardo, Prego de Oliver o Rivas Briones, así como Luis Seoane,
que pronto experimenta con formas geométricas y colores planos. Otros se suman
al surrealismo, como Urbano Lugrís, Eugenio Granell y Maruja Mallo. En el
informalismo de finales de la década de los cuarenta se encuentran en Galicia
los pintores Xavier Pousa, Ramón Rivas o María Antonia Dans y el escultor
Cristino Mallo. En los años sesenta María Victoria de la Fuente elige para sus
obras la vía expresionista y el realismo mágico e intimista.
En la década de los cincuenta
se desarrolla la abstracción, el constructivismo y el informalismo. En estas
corrientes destacan Lago Rivera, Tino Grandío, Labra o Luis Caruncho. En la
sala figuran artistas de las nuevas figuraciones de la década de los setenta,
como el poscubismo. La materia tiene protagonismo con la nueva abstracción de
la mano de Leopoldo Nóvoa.
Finaliza el recorrido por el
arte gallego del siglo XX con la generalización de la figuración y de la
neoabstracción de los setenta. En la de los ochenta se incorpra a la vanguardia
internacional, tras la aparición del grupo Atlántica.
La última de las salas del
edificio está dedicada a la evolución del arte español a lo largo del siglo XX
y en especial tras la guerra civil.