6 de ago. de 2024

OPINIÓN

Continuamos la historia

EL NIÑO ÁRABE DE MANOLO (II)



Manuel Vázquez de la Cruz
El título lo escribió mi madre en un sobre donde debería estar la dirección de una carta y dentro estaba el escrito. Apareció años después haber fallecido. Sentí mucho orgullo, los hijos por muy mayores que sean no dejan de ser niños y cuando andan por medio las madres y la lágrima se hace fácil.
POR MI MADRE Y EL NIÑO VOLVÍ A ESCRIBIR AÑOS DESPUÉS Y AHORA
FUÉ EN AGOSTO DE 1992 Entonces le escribí por primera vez.
- Llévame contigo contigo que quiero ver a mi hermano que trabaja en Gerona.
Me dijiste hace pocos días al lado del puesto de venta de cerámica. Justo donde estaba la frontera que separaba protectorados. Desde entonces, compañero, niño árabe, te estoy recordando.
Traté al principio de hacer un análisis político de nuestros problemas, de tu problema y despistar así mi sentimiento pero siempre volví a ver tu cara de niño bondadoso, de sonrisa cándida, noble mirada y sobre todo tu dignidad en la pobreza. Vi en ti la raza que enseñó mucho a los de aquí durante siglos, hasta que un día los reyes cristianos cesaron sus luchas y fueron contra vosotros, no cumplieron los tratados y quizás antepasados tuyos tuvieron que irse de El Andalus.
Aquella mañana yo quería comprar una cerámica en el puesto de la carretera que va de Rabat a Larache. Tú y otros amigos, salísteis de no sé dónde a venderme higos. Y empezasteis a hablar en mal francés, italiano, inglés y al fin castellano, aunque a partir de un momento hablaban vuestros ojos, que solo lo hacen cuando ven compresión en los que escuchan.
Érais todos unos chiquillos a los que la miseria os había enseñado a entenderos con los extranjeros en todos los idiomas y en miles de gestos. Érais y sois súbditos de Hassan Il, el Sultán, el más creyente entre los creyentes, el más integrista entre los integristas, el que agregó el Sahara a sus dominios puenteando y ridiculizando a España; el más tirano entre los tiranos. El gran protegido de Occidente, de las democracias que presumen de derechos, libertades y de luchar siempre por estas cosas pero bien manejadas a su conveniencia e interés.

Alguna de vuestras madres aún lleva babuchas negras contrastando con su vestido blanco, guardando luto por la pérdida de Granada en 1492, sin saber nada del 5° Centenario. Para ellas cuentan los días y cómo dar de comer a sus hijos. Allí, a la sombra del árbol estábamos todos: vosotros, mi hija, que tuvo la suerte de nacer un poco más arriba, y yo. Quise explicaros lo peligroso que resulta pasar el estrecho en una patera, pero vuestros ojos confiadamente marcaban un destino. No fui capaz de deciros que aquí hay gentes que no os quieren, que os desprecian, que se creen superiores...

Ellos que en los 40 pasaron más hambre y miseria que vosotros; que en los 50 y 60 tuvieron que emigrar en masa y ejercer oficios que nadie quería en los países a los que llegaban; ellos que, seguramente, en el tronco genealógico tienen algún pariente tuyo y son racistas de no se sabe qué y asquerosos con esa cualidad; ellos que no sabrán jamás llevar como tú el ser pobre con dignidad.

Aquella mañana a la sombra de un árbol muy cerca del desierto, me enseñaste algo y metiste en mi ánimo un gran temor. No quise los higos que al final me regalabas pero me quedé con la enseñanza y el miedo. Me enseñaste sin pretenderlo que mientras exista injusticia, los que creemos en que un mundo más justo es absolutamente necesario, tenemos razón.

Metiste en mi ánimo un enorme temor porque cada vez que lea en la prensa el número de muertos que hay al hundirse una patera en el estrecho, me acordaré de ti.
Y como no sé tu nombre, cualquier náufrago podrás ser tú y sufriré por todos.

Volveré con mi amigo y su historia.

Artículo anterior:

Ningún comentario:

Publicar un comentario