14 de xan. de 2023

OPINIÓN

UN HOMBRE BUENO, DOS GUERRAS


Miembros de Levada Libre, ante el monumento a Sócrates, en Tui

Manuel Vázquez de la Cruz

 En la guerra rara vez se ve algo hermoso. La última montada por la derecha española, que montó muchas desde que existe, o sea desde casi que el mundo es mundo, no fue una excepción. Más bien fue la muestra del odio supremo y del querer no perder jamás el poder y pensando en el futuro matar más y más, y aterrorizar por generaciones. Hay que decirlo antes de que las nubes se hagan más negras. Ya se están volviendo muy oscuras.

 Yo, en mi pequeñez, me atrevo a gritarlo desde esta Esquina Verde y de paso recuerdo a José Luis Ferreiro que nombraba a Galicia de esta manera.

 Quizás en todo el mundo, por donde anduvimos los de la piel de toro, hemos sido de los más violentos y creo que pocos países del mundo han tenido tantas guerras civiles como el nuestro. Mejor el de ellos.

 Mi amigo de ojos verdes me escribe dos historias que me parecen preciosas. En una fue él uno de los personajes principales y en la otra pudo asistir en el aire a un hecho igual. En la primera eran tres españoles en la guerra de España contra el fascismo y en el segundo un español y un alemán en la guerra mundial.

 Y el soñó o pensó que en las acciones podría haber un personaje común de Tui y con nombre y apellido.

 Y que ese hombre era muy de mi ciudad.

 En lugares, con el mi delante, soy rico. Tui es mi ciudad. San Bartolomeu, mi barrio. Y Ribadelouro, la parroquia entre dos ríos y dos puentes preciosos, mi aldea y mis recuerdos maravillosos de la adolescencia. Allí fui feliz.

 Y también tengo una villa con muchos parientes de sentimiento que con el tiempo me di cuenta que es el mejor parentesco que se puede tener en la vida. Por ellos y con ellos anda O Porriño en mi corazón. En esa localidad tengo, además de sentimientos de parentesco, muchos ejemplos a seguir. Muchos vivos, unos fallecidos recientemente como Pepe Pereiro y su padre, algunos asesinados vilmente, pero todos hombres y mujeres de bien, para mí y para cualquier ser humano.

 El hecho de ser ejemplo tiene menos valor que el saber que el cariño se forjó a través de la historia que vivimos en primera persona, cuando mi madre nos narraba la valentía y el coraje de los Francés, de Víctor Valverde y de Elenita Valverde, para mí un amor, la niña que en la foto de la escuela está sentada al lado de mi madre Teresita de la Cruz, violinista y gran narradora.

 Y allí, con la sonrisa que no la abandona nunca, esta Moncha. Pocas veces me he emocionado tanto como escuchando aquellas palabras que me dijo: “Gracias a vosotros tengo donde ponerle flores a mi padre”.

 Gracias, bonitiña.

 Diputación de Pontevedra aparte y a la que tendré mucho gusto en cuanto pueda de devolverles el libro sin abrir donde escriben de monumentos a represaliados sin nombrar a “Levada Libre”, organización que ha hecho muchos actos de justicia con los que fueron maltratados por el fascismo. El sectarismo es muy propio de alguna gente. Da un poco de pena que algunas gentes, que se dicen de izquierdas, tengan tan exacerbado ese “don”. El don de ellos es que creen que son la esencia y sal de la tierra, ese don puede implicar esconder algo bueno que puedan hacer otros porque ya no es de ellos. Por eso nos ocultan en un libro. No tengo ninguna pena por su conducta. Son así por la gracia de Dios. Que se queden con esa gracia por los siglos de los siglos.

 Y con el libro, claro.

 Esta semana del 9 al 15 de enero de 2023 he escuchado a Feijóo hablar de democracias y he vuelto a sufrir las palabras de Calvo Sotelo, Gil Robles y todos los militares africanistas y no africanistas golpistas. No las de los militares asesinados y ni de los cientos de miles de muertos.

 Dicen que Feijóo no tiene proyecto. Si me asomo a la ventana y contemplo el enorme eucaliptal, la agricultura destrozada, la sanidad en entredicho, pienso lo mismo. Pero…¿qué ronda por su cabeza cuando dice esas palabras escritas en papel para midiéndolas bien pueda después decir que no lo dijo o que mal se le interpretó.

 Miente, manipula y él lo sabe, aunque no lo haya escrito. De acuerdo si está. Y probablemente pidió que se hiciera así pero con disimulo pero amenazante. Hay mucho inepto en la vida del señor. También y sobre todo muchos señores que quieren mandar como sea. Y ese sea puede ser terrible. Una vez más. “Españolito que vienes al mundo líbrete Dios…”

 No escribo sus palabras. Que se las guarde él en lo más profundo de su maldad. No entiendo que se puedan decir esas cosas enmascaradas y muy amenazantes contra la convivencia. Ni mucho menos que ya disimuladamente metan la posible disculpa, antes ya de pronunciarlas. Todo estudiado para no se sabe qué. ¿O lo saben?

LA SONRISA PRECIOSA DE MI HOMBRE TUVO QUE IR A LA GUERRA CONTRA EL FASCISMO.

DALIA, LA HIJA DE DON MANUEL.

 Querido amigo, en París seguíamos lo que pasaba en España pero a mí me costaba mucho haber perdido mis paisajes. Dalia y yo fuimos muchas cosas. Siempre me pareció mentira que se pudiera ser hijo y padre de la misma persona y que ese sentimiento fueran cambiante en mínimos tiempos. Y al mismo tiempo amarla con pasión y que te ame. Un día se lo comenté y vi cómo brillaban sus ojos de alegría. Después dijo que ella también lo pensaba muchas veces. Nos abrazamos debajo del árbol del que pintaba las hojas. Fue largo y muy sentido el abrazo. Al terminarlo, no del todo, me dijo entre risas: “Además de vivir en pecado somos dos incestuosos de los sentimientos”.

 Su madre había muerto. Antes había tenido un momento de lucidez, solo un brevísimo momento, “¿han llegado los ‘tedescos’ a París?”. El padre le dijo que no y ella le ordenó con voz muy debilitada pero claramente ordenante: “Marchaos ya a la Argentina”. Y se durmió.

 Tres días después falleció.

 Era febrero de 1936 cuando en España se celebraron elecciones. La derecha tenía el dinero, la prepotencia y la sin razón. Perdieron por votos y escaños. España fue una alegría.

 Ellos, los que empezaron a conspirar, dueños de todo. Aquello no podía ser. Y quizás, como en el poema, algún cura católico repitió las palabras del poema: “guerra gritó ante el altar el sacerdote con ira”. Y de la lira sonaron notas de inmensa tristeza, nunca escritas, nunca cantadas y por nadie escuchadas.

 Pronto Calvo Sotelo fue a comprarle aviones a Mussolini, algún otro a Hitler. Salazar a hacer voluntarios y a preparar a sus guardinhas y a sus policías para que cuando sucediera la rebelión no escapara ninguno. Sería muy malo para su Portugal.

 Quizás entonces ya se fijó la recompensa por republicano español apresado. Diez pesetas pagaron al policía portugués que entregó a Miguel Hernández. Pobre Miguel, pobre policía,…

 La rebelión empezó el 17 de julio y también los fusilamientos. Primero, como tu sabes muy bien, a los militares leales y después sin piedad, incluso a un primo del jefe rebelde. A París nos llegaban todas las noticias.

 Incluso, Manuel, los asesinatos de nuestra ciudad. Yo era francés y en cuanto se crearon las brigadas internacionales me integré en ellas sin problema y como tal.

 El recuerdo más hermoso de mi vida, y conste que hubo muchos, fue nuestra entrada en Madrid con miles de voces y decenas de idiomas cantando La Internacional. Mi libro de cabecera y de cabeza es la “Consagración de Primavera”, de Alejo Carpentier. De cabecera porque me acompañó siempre, y de cabeza porque la descripción de aquel Babel precioso la escribe, como si él lo viviera, y es exactamente como lo que yo viví y que yo sentí.

 Por haber aprendido en Francia a pilotar me enviaron a una escuela de Albacete donde pronto, mucho antes de lo normal (hacían falta pilotos), tuve que entrar en combate. Casi siempre en la defensa de Madrid tratando de parar los bombardeos sobre la ciudad. Lo hacían sin piedad. Ni los niños que huían o jugaban se libraban de aquellas malas bestias. Aquí ensayaron todos sus medios de destrucción. Aquí por primera vez se destruyó y mató indiscriminadamente y sin sentimiento. Y, Manuel, cuando digo aquí, digo Madrid como gran ciudad, digo Guernica, digo Durango, digo la carretera de Málaga a Almería,…, digo humanidad.

 En 1937, al salir de la base percibí que los mandos del avión no iban demasiado bien. Yo creo que hubo algo de sabotaje en tierra. Creí que podría realizar mi misión de aquel día que consistía en entrar en su retaguardia y esperar allí a las “pavas” (así llamaban los madrileños a los aviones que los bombardeaban). Cuando pasaron me di cuenta que la palanca se había atrancado en posición de picado. Sabía que tendría que saltar en paracaídas pero también que si caía en zona enemiga podrían hacer lo mismo que habían hecho meses antes con otro piloto nuestro: descuartizarme y tirarme al día siguiente sobre Madrid. Eran terroristas.

 Traté de salir pero me di cuenta que mi avión podría caer sobre Madrid y hacer mucho daño. Calculé que podría estrellar el avión entre líneas. En ese momento apareció un avión enemigo. Se acabó y pensé en lo vivido bello. Solo en lo bello. No entendía porque no me disparaba. Incluso me pareció que me hacía señas de que me tirara en paracaídas. Era lo que iba a hacer e hice. Sabía que algunos de los suyos ametrallaban a los cuerpos que colgaban del paracaídas. Y así lo esperé resignado que lo hiciera y morir en el aire (que no es mala forma hacerlo, me dije tratando de distraerme), pero no lo hizo. No sé si me sonrió pero me pareció que lo hacía. Después hizo un leve alabeo haciendo que el avión se moviera ladeadamente, que es un forma de decir adiós, y puso rumbo al oeste. A su zona.

 Yo y mi paracaídas caímos en zona de nadie donde los alambreros (los que arreglan los alambres de espino) de uno y otro lado están en permanente peligro.

 Anochecía.

 Escuché una música. No supe de qué instrumento ni que pieza era, pero sonaba a mi aldea. La música se acercaba a mi. Pensé en preparar mi pistola pero no me vi capaz de matar a alguien que tocaba en el medio de aquel horror. Dalia decía que tenía alma de poeta, lo recordé en aquel momento y le di la razón.

 Arrastrándose venía hacia a mí el músico sin dejar de tocar. Después me explicó el porqué. Con la cabeza me señaló que lo siguiera y a gatas pegado al suelo me puse a su vera e iniciamos un camino al que yo no sabía a dónde me llevaba. Pero el apartó solo un momento los labios de la flauta, que llevaba en una mano mientras con la otra se empujaba, y me sonrió abiertamente y con complicidad.

 Y sonrisa y complicidad eran señales preciosas de paz.

 Entonces yo también me reí y me sentí feliz porque pensé que entre dos trincheras de odio, dos personas, que tenían que sentirlo, se estaban arrastrando pacíficamente mientras sonaba una flauta.

 Yo ya tenía dos nombres. Él se llamaba Ferrer.

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