6 de nov. de 2022

OPINIÓN

CARTA DESDE TAMPICO, MÉXICO

María Eugenia Rosas

Escritora

DÍA DE LOS MUERTOS

 Ayer lloré como hacía mucho tiempo no lo hacía, como una niña que deja salir el dolor sin prejuicios ni temor a que la vean.

​ Ayer hice un pequeño altar en honor a personas que dejaron esta vida terrenal cuyo amor guardo en el alma. Eso de la fe se me da muy bien porque nunca me siento sola.

 ​Y de pronto, sin más aviso, sentí como mi cuerpo descargaba una energía reprimida que tiene nombres, lugares y momentos muy diversos entre sí que me dejaban saber que lo que verdaderamente necesitaba era vaciar mi cuerpo del miedo reprimido.

 ​Disfruté el resto del día como niña que se lava la cara después de comer un dulce y corre por un beso.

​ Mientras encendía las veladoras y las varitas de copal y palo santo acompañando la ofrenda, recité sus nombres y les dije una vez más que los amo, les di las gracias por el tiempo compartido y abracé su calidez.

​ El día fue formidable para salir a caminar y disfrutar el revoloteo de las aves que atraviesan esta orilla de la ciudad colindante con la laguna del Chairel y el río Pánuco. Su vaivén al salir de su refugio en búsqueda de alimento y organización de jornada, enmarcaron un escandaloso inicio de la misma mientras empezaba a llegar la gente al cementerio con paquetes de comida, flores y escobas para limpiar las lápidas que permanecían empolvadas, pero que este día merecían una atención especial con música y charlas de fondo.

​ En verdad que disfruto estos días en mi país, porque me encanta que mis ancestros tuvieran una visión festiva y amorosa en torno a la muerte a través de la creencia de que nuestras personas amadas fallecidas pudieran recibir un pequeño homenaje por el significado de su huella en nuestras vidas con muestras representativas.

​ Hoy todavía se percibe el aroma de las flores, los tamales y los inciensos que dejaron impregnados los hogares y que escapan poco a poco por las ventanas, mientras mi alma canta abrazando cada recuerdo.

ENTRE LOS QUE ESTÁN EL VIEJO PUENTE Y EL HOMBRE MAYOR DEL QUE TÚ ME VAS A SEGUIR CONTANDO.

UN ABRAZO MARU.

LOS CAMINOS DE SANTIAGO VERDADEROS GUARDAN HERMOSAS HISTORIAS (II)




Manuel Vázquez de la Cruz

 De aquella noche de San Juan, Manolo, lo que más recuerdo es el silencio, los silencios entre el señor mayor y yo y las aguas de río que rumoreaban bajito para no romperlo. Solo nos acompañaban susurrando silenciosamente. La sonrisa del “viejo” que sostenía cuando lo contaba todo muy despacito era un regalo porque todo en él era sentimiento. Aquella noche, ya sabes que soy muy creyente, San Juan quiso obsequiarnos con la luna llena, el roble llorando por cada hoja y quietud absoluta.

 Quizás el silencio fue el gran culpable de que no le pidiera el abrazo. O quizás nos lo dimos tan tierno que ni nos dimos cuenta y burlamos el mínimo ruido.

 Y él, mi amigo de largas melenas sin dejar de sonreír empezó a contarme porque aquel puente era su templo.

 "Te lo cuento - me dijo -, y quizás tenga que resumir para llegar al final de la larga historia sin que llegue la Aurora y con ella deba emprender el regreso. La última salida por el mismo puente de otras veces".

 La niña de las trenzas que estaba esperando no llegó. Yo había pensado mil veces que le diría, que le contaría, pero a la una de la mañana del día 24 de aquel junio tan lejano seguía aquí, con mis piernas colgando y mis pies descalzos como ahora, muy solo. Poco después empezaron a salirme enormes lagrimones. Don Manuel, el cura, me había dicho que las heridas del alma también se calman un poco llorando y había añadido que aún mas, llorando a gritos como los niños muy pequeñitos.

 Y grité. De las lagrimas pasé a los lamentos y de estos a las maldiciones. Bastante tiempo estuve en ello. Creí, equivocadamente, que el murmullo de las aguas del río silenciarían mis lloros. Pero…, alguien los escuchó. Nunca supe sin pasaba por allí por casualidad o si estaba allí porque lo había buscado. O por mí.

 Estaba de pie a mis espaldas. Me miraba. Guardé mis lagrimas, mis lloros y mis gritos. Todo eso no era de hombres y yo ya era mayor: tenía 18 años. Y en mi aldea, en aquel momento, ya era un hombre. Pero, amiga Maru, en muchas cosas era muy niño.

 Sabía dirigir los bueyes delante de un arado de vertedera, ayudar a parir una vaca, esparcir estiércol en las parcelas, injertar frutales y vides, distinguir los tréboles del año de los que duraban más, conocía como se hacía el fermento para hacer el pan de borona, sabía adivinar el futuro climatológico inmediato observando las abejas, castrar las colmenas, hacer cestos de mimbre, conocía el canto de los pájaros, pescaba truchas con cestos enramados…

 Esa era mi vida. Sabía muchas cosas pero nunca había besado a una mujer. Y aquel día había soñado que iba, por fin, a hacerlo.

 Y allí estaba otra mujer, no la que esperaba sino más alta. Me miraba y sonreía. Aquella sonrisa sí que era bonita. Y me dijo:

-¿No ha venido, verdad?.

 Pero…¿usted cómo sabe que yo esperaba a alguien?

 Porque las que hemos nacido en París lo sabemos todo, me dijo, al mismo tiempo que acercándose ponía su mano en mi hombro.

 Y siguió contándome que ella salía todas las noches, se metía en el bosque y se hacía árbol. "Todas las noches me hago árbol distinto. Esta noche me hice abedul y tengo la corteza blanca. Debes saber que las cortezas guardan las almas de las plantas. Tus lloros me pusieron muy triste en mi forma arbórea y como en los bosques todos nos protegemos dejé esa forma, volví a mi vida normal, y vine a preguntarte qué querías decir a la adolescente que quiere ser maestra como mi padre.

 -¿Se está usted riendo de mí?

 -No, en absoluto. No quiero molestarte, tampoco quiero ser diferente contigo de lo que soy dentro de mí, contigo no. Yo suelo hablar así con las personas que quiero. Y a ti te tengo cariño. El porqué no lo sé. Se, eso sí, que hoy te sientes muy solo.

- ¿Nos sentamos o ponemos antes las flores en el agua?

 Y cuando me hizo la pregunta pensé que la luna se había hecho sol.

 Señorita, durante muchas veces, aquel momento de aquella luna o aquel sol alumbraron mi vida.

 Pusimos todas las flores en la palangana que yo había llenado de agua en una fuente cercana y nos sentamos.

 - Esperaremos hablando a que empiece la aurora. Mi padre dice que así todos los días se rinde culto a la vida, te parece.

 Y me habló de París y yo del cantar de los pájaros, que aquel día no pararon en toda la noche como si se hubieran reunido en nuestro honor". O Manolo, como si quisieran aprender del hombre mayor de ojos verdes y cabellos hermosos.

 "A mí, señorita, me hubiera gustado que después de la noche aquel día no hubiera Aurora. Y desde aquel día siempre escribí esta palabra con mayúscula.

 Le conté todo lo que pensaba decirle a la niña de las trenzas.

 Ella me escuchó con más atención que lo hubiera hecho la chica que quería ser maestra. Con complicidad, como entendiéndolo todo, como si ya lo hubiera vivido. Tenía diez años más que yo.

 En un momento me pidió que sonriera y, parece mentira, pero no fui capaz. Y ella se rió a carcajadas. Solo paró al ver enfado en mi cara. Entonces paró su carcajada y me miró con dulzura.

 Pero justo en ese momento cantó un mirlo en fuga. Pensé que podría ser alguna persona. Sentí un cierto apuro. Me di cuenta que ella se sonreía con pena.

 Era mi perro Chus que seguramente me buscaba.

 - Es mi perro, dije.

- Hubiera preferido que fuera una persona, contestó.

- ¿Por qué?

- Para que aprendieras con miedo a perder el miedo. ¿Qué tienes temer?

 Le dije que dirían cualquier cosa de los dos. Se levantó. Sentí tanto miedo de que se fuera como jamás había sentido ni he vuelto a sentir. Me miró y remiró. Eres un hombre sonrisa pero cobarde. Y…

 Adiviné lo que iba a decir y le supliqué que no se fuera.

 - Si te vas nunca perderé el miedo, por favor, no te vayas. Si me dices que te quedas, sonreiré hasta que me muera.

 Y se quedó.

 - Señorita, cuando en la guerra me tuve que tirar de mi avión en paracaídas reviví toda esta historia y no tuve miedo".

 - Pero…

- "Sin pero, María Eugenia, el aldeano de esta aldea escondida tiene mucha historia que contar.

- He sido piloto de caza en dos guerras y dicen que había pocos pilotos que hicieran los “resbales” como yo. Y esa maniobra es muy importante en un avión de caza. Y era muy difícil en un Mosca, monoplano.

 - Mire si le parece aumentamos lo que al principio quería contar y antes de despedirnos le cuento cómo fue el 36 en mi aldea y como nos salvamos Pepito, Cheliño y yo. Pero yo en la Aurora tengo que salir por última vez de este puente, de este paisaje, de este bosque, de mi paraíso, que el cura que siguió a don Manuel le llamaba, hay que joderse (perdone señorita la palabra) Valle de Lágrimas".

 - Asentí entusiasmada en seguir escuchándolo.

 RIBADELOURO VERDE, NON SE VENDE.

 LO NECESITAMOS, ES NUESTRA VIDA, DE LA DE USTEDES QUE HABLAN MINTIENDO, LA DE LOS QUE SE ADUEÑARON DE FINCAS SIN PAGAR, LOS QUE NO SABEN O NO QUIEREN SABER DEL VALOR DE LOS BOSQUES, DE USTEDES LOS “BOLSONAROS” GALLEGOS, DE LOS QUE INVENTAN CONSPIRACIONES COMO HACÍA FRANCO, DE TODOS ESTOS TAMBIÉN.

 PIENSEN EN LAS GENERACIONES DEL FUTURO. 

Ningún comentario:

Publicar un comentario